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El Enfermo

Edduardo D. Infante F.

Con lagartijera habilidad aquel hombre trepó el muro, reptando para no ser descubierto, después bajó moviéndose en la sombra.

    Un paso suave y después otro, el silencio es su aliado y compañero, la cercana casa dibuja su contorno contra el cielo; el camino es tortuoso y traicionero.

    Son solo 7 metros se dice aquel ser de enigmática mirada, son 7 metros de un césped cortado en la mañana, antes de salir de entre los árboles evalúa los riesgos en caso de ser atrapado. ¿Cómo cruzar y llegar hasta la casa?. Corriendo o deslizándose.

    Unos minutos y habrá amanecido, “si me atrapan todo será en vano”, piensa mientras la luz del día amenaza con ser más brillante a cada momento.

    La situaciòn amerita aceptar el riesgo, con un paso veloz llega hasta la casa, desliza las manos sobre la pared y encuentra la piedra salida y piensa “la puerta está 2 metros a la derecha” camina lentamente pero con decisiòn hasta quedar frente a la puerta y la empuja suavemente,(sabe que rechina un poco) està cerrada, la alerta se enciende en su cerebro,-Pero debería estar abierta- se dice susurrando. Calma, ordena a su cuerpo, deja de temblar y piensa.

    La ventana de la sala no tiene seguro, recuerda y se dirige a ella; un pequeño salto, un ligero pock al chocar su pie contra la pared y listo, alcanzó la ventana que como lo esperaba está abierta.

    Con no poco esfuerzo se introduce en la casa, la oscuridad es casi total, solo un tímido rayo de luna le permite ver el contorno de algunos muebles. El hombre se mueve lento, no desea chocar con algún mueble y hacer ruido.

    Inicia el ascenso de la escalera con temor, sabe que un escalón rechina, pero no recuerda cual, dos escalones en cada paso y pronto está en el piso superior. De la primera puerta a la derecha salen los sonidos discordantes del roncar de dos personas, pasa por delante de ella y escucha algo que parecen voces salir de la puerta entre abierta, su corazón se detiene, su cuerpo queda inmovil, su oido atento, esperando escuchar algo más, no escucha nada.

    Los primeros rayos de sol entran por un resquicio de la ventana del fondo del pasillo, el hombre se alerta y se mueve, debe ser rápido pero silencioso, entra a segunda puerta a la izquierda, se cambia de prisa, necesita usar la ropa adecuada, en el pasillo escucha ruido. Con decisión abre la puerta y sale frotándose los ojos.

    Una mujer lo mira y se sorprende, está a punto de gritar y se contiene. 

          - ¿Qué haces parado tan temprano?- pregunta con voz suave y susurrante.

          A lo que él responde quejumbroso: -No he podido dormir mamá, estoy enfermo-.

Fin.


Gracias

Carlos E. Ángeles T.


Han pasado 25 años desde que la doctora Ana Ma. Román de Carlos me invitó a participar en una revista, fue el inicio de una aventura gracias a la cual hice amigos, conseguí trabajos, incluso llegué a tener un blog que mantuve por varios años.

Las experiencias y los aprendizajes no se quedan solo en lo virtual, o en la burbuja de la revista, se extienden a muchos ámbitos de mi vida e incluso a cambios profundos en mí.

Es lamentable que hoy tengamos que decir adiós a este proyecto, la oportunidad de publicar un escrito propio llenó de motivación a muchos jóvenes universitarios y dio cabida a quienes escribiendo toda una vida, vieron el primer espacio donde dar a conocer su trabajo.

La vida es mucho más rica que solo las materias de la carrera que se estudia, la expresión escrita de intereses, inquietudes y emociones enriquece al universitario, lo acercan a una comunidad de la que se sabe parte y dónde encuentra espíritus afines con quiénes refugiarse en los momentos difíciles. Proyectos como Expresiones Veterinarias México cumplen esta parte, lejos del rigor académico, de cobijar a los espíritus inquietos que quieren compartir sus ideas, pero también enfrentan a un primer acercamiento a los requisitos de un escrito destinado a ser publicado en una revista especializada. Recuerdo a muchos de nuestros autores, emocionados por la invitación a participar, solicitando consejo para las correcciones, con la sonrisa al ver su trabajo publicado, sin duda fue un camino largo, a veces complicado pero nunca fue ingrato, solo puedo sentirme afortunado por haber tenido la oportunidad de colaborar como autor, maquetador y encargado de esta sección, pero sobre todo por haber recibido tanto de ustedes, nuestros lectores y colaboradores. 

No puedo terminar esta despedida sin rendir homenaje a quien considero representa toda la bondad que ofrecía nuestra revista en el ámbito universitario, llena de entusiasmo, valores, cariño por la medicina veterinaria, las artes y el saber en general... Una noche, entre clases del turno vespertino, se me acercó una chica buscando consejo, con el tiempo se convirtió en una queridísima amiga. Recuerdo en especial sus escritos emotivos y llenos de reflexión, su pasión por la vida, su cariño, pero sobre todo su dedicación a la medicina veterinaria. Cómo emprendió un proyecto lejos de la Ciudad de México, que le ayudó a crecer profesionalmente y que eventualmente la convirtió en un personaje querido y relevante en su zona de trabajo. Sin duda una experiencia agridulce desde este lado, porque por un lado la ví crecer y ser plena, pero también significó nunca volver a reunirnos en persona, aunque con el tiempo nuestro vínculo adquirió la calidez que solo una amistad madura puede ofrecer cuando no se está cerca. Amiga entrañable, colaboradora entusiasta, gran ser humano y excelente profesionista. Lamentablemente el "Principe Cáncer", como le diría Sabines, detuvo su vuelo, apagando una de las luces que enriquecían nuestra revista. Gracias por tanto en este proyecto, por permitir que el lobo corriera junto al dragón cuando extendia sus alas. Te quedas aquí, querida Dragoncito, en tus escritos.

Gracias por todo. Hasta pronto queridos lectores, espero que nuestra labor haya enriquecido un poco su vida. 

Un día en pijama

 Eduardo D. Infante Favila

Después de la cena que se organizó por mi despedida de la empresa, me dispuse a iniciar la vida de jubilado. Antes de meterme a la cama, mentalmente repasé lo que tenía planeado para el día siguiente, lo que originó en mi rostro una inusual sonrisa.

     - ¿En qué estás pensando?-, desde la cama preguntó mi mujer.

     - En nada-, respondí al apagar la luz.

     - Buenas noches-.

     - Descansa-.

     Al día siguiente desperté a las 5.30 a.m,. como lo he hecho los últimos 40 años, y en ese momento, decido que me levantaré hasta que el sol esté en el cenit, mientras mi esposa ronca plácidamente. Cerca de las 9, el hambre me obliga a levantarme y en ese momento confirmo mi plan de la noche anterior, "pasar todo el día en pijama y pasando del sillón al sofá y de ahí, a la cama”. Con decisión, me pongo la bata y bajo a desayunar.

     Al entrar a la cocina veo a Elena, mi esposa, ya vestida. Voltea, me revisa de arriba abajo, y con una mueca de desagrado dice: 

    - Vístete, por que necesito que vayas a la tienda a traer queso y jamón-.

     Pensé en protestar y presentar un argumento irrefutable para justificar mi presencia en la cocina estando en pijama, pero no me dio tiempo.

     - Si quieres desayunar, mejor te apuras-.

     No pude decir nada, así que di la vuelta y fui a cambiarme. Al regresar con el encargo, pensaba: “después de desayunar me pongo la pijama y me tiró al sofá”.

     Luego de desayunar subí a la recamara y mientras me quitaba los zapatos, entró Elena y dijo: 

- No te descalces, necesito que me lleves a hacer unas compras-.

     Me puse los zapatos y en silencio dije: “hasta luego” a mi pijama y la seguí.; Fuimos a una enorme plaza comercial., Bajamos, subimos, regresamos 3 veces a la misma tienda y no compró nada. Comimos fuera y luego fuimos al cine; regresamos a casa cerca de las 8 p.m., subí a la recamara me quite los zapatos, me tiré en la cama y me quede dormido.

FIN


La Espera

Eduardo D. Infante F.

Este sábado, Fernando Marc se levantó con mucho ánimo. Al despertar, extrañó ese dolorcito en la boca del estómago que lo ha estado molestando las últimas semanas, se levantó, fue al baño, se vistió con la ropa deportiva que compró ayer y se dispuso a salir a caminar un poco.

Al verse en el espejo se sintió cómodo con lo que ve, “No estoy tan mal para tener 53 años”, pensó y salió a la calle. La mañana luce hermosa, el verde de los jardines de las casas vecinas luce más intenso, las flores del señora Alicia brillan bajo la luz del sol de la mañana, los pájaros cantan y él se siente bien, ¿Qué más puede pedirle a la vida?
     
Mientras camina al parque en donde piensa retomar su añeja costumbre de correr, va haciendo un recuento de lo que ha sido su vida hasta ahora: Es contador público titulado y tiene junto a su amigo Daniel un despacho de contadores en el que atiende a muchas empresas, es divorciado y tiene 2 hijos: el mayor, Fernando, tiene 25 años y se casó la semana pasada. El menor, Alfredo, tiene 22 años, está por terminar la carrera de contador y por las tardes le ayuda en el despacho para adquirir experiencia. Su ex esposa no quiere decir su nombre. Es una buena mujer, solo que las cosas no salieron como esperaban y todo terminó hace 3 años en divorcio. "En general, puedo decir que soy un hombre exitoso" dice para sí, en el momento de llegar al parque.

El lugar es mucho más bonito de lo que lo recordaba. Tiene cerca de 30 años de no venir, así que decide caminar a la derecha, checa su reloj y dice: “voy a ver en cuanto tiempo hago una vuelta”. Luego de caminar unos minutos, lo empareja un hombre de cabello blanco y barba del mismo color perfectamente arreglada, lo saluda con cortesía y le pregunta:

- ¿Eres nuevo, verdad?-.

- Si,- responde con confianza -. Hace 3 meses regresé a mi antigua casa y hasta hoy me decidí a salir a caminar-.

- Yo tengo 4 años de hacerlo a diario y aún sigo aquí-.

No entendió muy bien lo que quiso decir, pero no dijo nada, por lo que el hombre a su lado continuó:

- Por ciento, me llamo Arturo y mi casa es la que todos llaman la casa azul-.

- Si, la he visto - respondió, y tendiendole la mano concluyó- soy Fernando y si recuerdo haber visto tu casa.
  
- Nos vemos, - dijo al reanudar su carrera- y ojalá no esperes mucho-.
     
Nuevamente no entendió lo que aquel hombre quiso decir y continuó su marcha. Un poco después, vio a una hermosa mujer. Un poco pasada de peso, pero de bellas formas, caminar junto a un hombre joven de aspecto atlético. Luego de intercambiar algunas palabras, el muchacho la siguió y pronto los perdió de vista. Cuando regresó a su casa, después de bañarse, desayunó huevos con jamón, jugo de lata y café. Más tarde, fue al súper a hacer las compras de la semana y ahí lo vio. Era don Arnulfo, un vecino que conoció hace muchos años; y se dijo: “está igualito, parece que fue ayer cuando lo vi por última vez y ya han pasado más de 20 años”. Luego, la misma mujer que vió en el parque se le acercó. Hablaron unos minutos y él la siguió con una gran sonrisa en el rostro.

De regreso, en su casa, pensó en llamar a Alicia, una amiga muy especial que tiene desde hace más de 5 años. Cuando estaba por hacerlo, decidió que quería estar solo para hacer algo que siempre habia querido y hasta hoy no ha podido: escribir un libro. Así que sacó sus notas, preparó la computadora y puso música suave, después se preparó una jarra de café y se dispuso a empezar.

Luego de unos minutos, alguien llamó a la puerta. Cuando abrió, la vio. Era la misma mujer que vió en el parque y en el súper. De cerca pudo apreciar que es muy bonita: de ojos color miel, piel muy blanca... La negra cabellera rizada cae como cascada sobre sus hombros y su voz suena como música cuando lo saluda.
 
- Buenos días, Fernando -.

Extrañado que conozca su nombre, responde:

- Buenos días, ¿en qué puedo servirla? -.

- En nada-, responde ella al momento de entrar en la casa- solo necesito que me acompañes -.

- ¿Acompañarte? ¿A dónde?, si ni siquiera te conozco-.

- ¿Aún no lo sabes?-.

Ya molesto,  respondió:

- ¿Qué tengo que saber?-.
      
- Estás muerto y es tiempo de que vengas conmigo-.
     
- ¿Cómo que muerto? estoy aquí, hablando contigo y haciendo lo que quiero hacer, así que por favor vete antes de que te saque por la fuerza -.

Ella no respondió y continuó caminando. Se detuvo al llegar a la puerta de la sala, dio la vuelta y dijo:
- ¿Me puedes acompañar, por favor?-.

Entró a la sala, y Fernando tras de ella. Lo que vio, lo sorprendió, pero le permitió entender lo que pasaba. Sobre el sillón está su cuerpo sin vida. Sin decir nada, la mira interrogante.

- ¿Recuerdas, - responde ella a la silenciosa pregunta- aquel pequeño dolor que solías tener en el pecho?-.

- Si, pero ya desapareció-.
     
- Bueno, pues eso fue lo que terminó con tu vida, por lo que es necesario que me acompañes-.
          
Sin decir nada más, la siguió hasta una hermosa y grande limusina que los esperaba en la puerta. Al abordarla, ve a Don Arnulfo y a una mujer que no conoce y quien llora desconsoladamente. Al verlo, el anciano lo saluda con afecto y dice: 

- ¡Qué bueno que no tuviste que esperar mucho!, Yo tenía 10 años esperando y ahora, aquí estoy-.
     
No hubo tiempo para más. La limusina blanca, grande y hermosa se alejó a gran velocidad.
FIN


El Temor del Guerrero

 Eduardo D. Infante Favila

La batalla fue terrible. Al caer la tarde, el campo quedó cubierto de sangre. Cuerpos mutilados y heridos, que por misericordia fueron acabados por los hombres del guerrero.

Sobre una roca el guerrero ve el campo y sonríe satisfecho por el resultado de la batalla; nuevamente se levanta vencedor.

El guerrero está satisfecho, hoy cayeron bajo el filo de su espada al menos 25 enemigos. Sus hombres celebran la victoria y el guerrero comparte su alegría.

Dos días después, el guerrero se aleja del campamento. Necesita estar solo. Encuentra un pequeño claro en el bosque que le parece agradable y decide pasar ahí la noche.

El yelmo y la coraza son dejados a un lado, la espada y el escudo a la mano. "Siempre hay que estar preparado", se dice a sí mismo y se dispone a cenar para después dormir.

Estos momentos de soledad permiten al guerrero alejar de su mente la imagen de tantas batallas y enemigos muertos por su espada. La noche es fresca y agradable, el cielo tapizado de estrellas y una luna que invita al descanso, serán su compañía.

Poco después del amanecer, el oído entrenado del guerrero le avisa de un peligro inminente: a poco más de dos metros de distancia el único ser vivo a quien teme el guerrero lo mira fijamente.

El guerrero se mueve un poco a su derecha tratando de tomar su espada y aquella bestia mueve un poco la cabeza y da dos pasos en dirección al guerrero, este se queda inmóvil.

El animal no quita la vista del guerrero, parece estudiar la situación, suavemente, y balanceando la cabeza de atrás hacia adelante da unos  pasos de forma paralela al guerrero y se detiene. Con las garras rasga la tierra para demostrar su poder, con audacia acorta a la mitad la distancia que le separa del guerrero.

El guerrero ve los ojos de la bestia y tiembla, un sudor frío recorre su espalda, si pudiera moverse, se dice, saldría corriendo. Pero no puede, el temor lo tiene paralizado. El animal camina a la derecha y luego a la izquierda, a veces simula no verlo como invitándolo a tratar de huir para caer sobre él. De pronto, un pequeño ruido a la izquierda del guerrero parece llamar la atención del animal; los matorrales se sacuden, se oyen romper algunas ramas y un coc, coc, coc, se escucha como un susurro, la bestia escucha atenta, parece que reconoce ese sonido y nuevamente rasga la tierra.

El sudor baña el rostro del guerrero, ya cubierto con una mueca de temor. Las ramas se mueven y de entre los matorrales aparece el rostro de una hermosa niña de 8 o 9 años con el cabello revuelto. Al ver al caballero la pequeña se sorprende y está a punto de gritar. Con una rápida mirada, el guerrero informa a la niña de la presencia de aquel ser maligno; la niña le sonríe indicando que entendió el mensaje, da un par de pasos, se inclina un poco, gira y se aleja corriendo, llevando entre sus manos a la bestia, mientras grita: "mamá, encontré a la gallina".

F I N

El Robo Perfecto

 Eduardo D. Infante Favila

  La historia que les contaré sucedió hace más o menos cien años y es totalmente real, me la contó su protagonista: Toribio.

La narraré en primera persona porque así me la contó él.

"Después de la muerte de mi padre, mi mamá, mi hermana Rita y yo nos vimos obligados a abandonar la que hasta entonces había sido nuestra casa. La familia de mi padre no la quería ver ahí, ni a sus hijos, de tal forma que metimos nuestras cosas en una maleta y tres cajas y nos fuimos a la ciudad donde mi mamá tenía familiares.

Mi madre era una excelente cocinera y una prima la recomendó en una hacienda lechera, donde le dieron trabajo; en la hacienda nos asignaron una habitación grande con hermosas cortinas con flores rojas y amarillas, dos camas grandes y calientitas, un enorme ropero con dos espejos, una mesa con cuatro sillas en donde Rita y yo nos sentábamos por la tarde junto a una ventana para hacer la tarea.

La hacienda era enorme y se llamaba “La vaca blanca”. Tenía cientos, o tal vez, miles de vacas lecheras, (bueno, eso me parecía a mis nueve años); con grandes establos en donde se ordeñaba por la mañana y por la tarde y una tienda de raya donde se mantenía permanentemente endeudados a los peones.

La casa principal era enorme, con un portal con columnas y un gran salón en donde se celebraban grandes fiestas cinco veces al año. La más fastuosa era la que se llevaba a cabo a finales de septiembre, pues en ella coincidían: el cumpleaños de Doña Irene, el fin de la cosecha y la fiesta del Santo Patrono del lugar: San Miguel. La cocina de la hacienda era muy grande y estaba dividida en dos: la cocina de humo, donde se ubicaba el horno para hacer pan, y, en las grandes fiestas, se ponían hasta ocho mujeres a “echar tortillas“, y la cocina del diario que era donde trabajaba mi mamá; en los días de fiesta había ahí de diez a doce cocineras.

No piensen que mi hermana Rita y yo nos la pasábamos de ociosos, no... , También teníamos obligaciones; por ejemplo: teníamos que poner la mesa para la cena de los amos, yo los fines de semana servía de acompañante, guardaespaldas, mensajero y lo que se le ocurriera al niño Mauro, el hijo menor de los patrones, que, aunque era dos años mayor que yo, era un inútil consumado, consentido y llorón como pocos.

Lo que me gustaba de estar a su servicio es que en ocasiones compartía conmigo algunos de los muchos dulces que tenía a su disposición. De ese modo, transcurría mi vida a los nueve años. Cuando llegó el 28 de septiembre, víspera de la gran fiesta, que en esta oportunidad sería mayor, pues Doña Irene cumplía cincuenta años.

Con motivo de la fiesta algunos peones habían sido retirados de sus habituales funciones y llevados a la casa grande para ayudar en lo que fuera necesario, también se contrataron personas para el montaje de todos los elementos que engalanarán la casa en la gran fecha.

Mi mamá iba y venía por la cocina dirigiendo aquella orquesta, en la que, en ocasiones, parecía tocar cada una por su cuenta. En medio de este caos, Rita y yo éramos mensajeros, llevando órdenes y mensajes en todas direcciones.

Una de estas órdenes fue sencilla: “Ve a la tienda y pídele a Don Tacho una caja de cerillos, pero dile que es para la casa grande”.

Para ir a la tienda de raya era necesario salir del casco de la hacienda, atravesar los establos y llegar hasta la bodega y a un lado está el gran edificio de piedra de la tienda de raya.

Al llegar jadeando encuentro en la puerta a Don Tacho con un cigarro en la boca, sin saludar pido una caja de cerillos para la casa grande. Sin mirarme Don Tacho responde: 

-Tómalos, sabes dónde están. Y espérame a que regrese, voy a mear -  y se alejó rumbo a los establos, entre a la tienda y por la pequeña puerta me colé detrás del mostrador, cuando me subí al banco para alcanzar los cerillos lo vi, el cajón del dinero abierto y dentro unas diez o doce torres de monedas de un peso de plata.

Tomé los cerillos, y antes de bajar tomé una moneda, no se va a notar pensé; pero una segunda mirada me hizo ver que si se notaba. En este punto tenía dos opciones: Devolver la moneda, o emparejar todas las pilas y eso fue lo que hice; eran muchas monedas para llevarlas en las manos, así que saqué mi pañuelo e hice un atado con las monedas y las metí a la bolsa del pantalón, estaba a punto de salir corriendo cuando recordé que Don Tacho dijo espérame, así que salí a la puerta y lo vi venía caminando lentamente hablando con uno de los vaqueros, cuando estuvo a unos cuarenta pasos salí corriendo y al pasar a su lado grité: 

-Ya me voy- y llegué hasta los establos.

Sentía sobre mí la mirada acusadora de todos los que me rodeaban, para donde volteara me parecía que los peones y vaqueros se acercaban a mí con intención de detenerme. "No puedo llegar con esto con mi mamá" pensé y toque el gran bulto que hacían las monedas en mi pantalón, cuando de pronto sentí que el cielo se me abría, frente a mi estaba la puerta del estercolero ligeramente abierta. Sin pensarlo me dirigí hacia ella y me deslicé dentro, rápidamente me acerque al gran cerro de estiércol e hice un agujero en la base junto a la pared derecha para no olvidar el lugar.

  Al día siguiente fue la fiesta, y todo el día mi camino se estuvo cruzando con el de Don Tacho, en dos ocasiones intentó hablar conmigo, pero lo evité corriendo en dirección contraria; pensaba que trataba de atraparme para exigirme que le devolviera las monedas.

Esa noche tuve pesadillas, en mis sueños me veía rodeado de miles de manos:, algunas trataban de atraparme y otras que tenían boca me pedían a gritos que les devolviera las monedas Mi madre decidió que lo mucho que había comido el día anterior era la causa de mis malos sueños.

          En cuanto pude salir, corrí en dirección al estercolero y al llegar mi corazón se detuvo... el viejo carromato estaba siendo cargado con el estiércol que sería esparcido en las milpas. Cuando entré al bodegón, el peón que cargaba el carro daba la última palada. El resto del día lo pasé cerca de la tienda de raya. Con gran valor, me acerqué a Don Tacho quien me regaló unos dulces. Más tarde llegó el patrón, habló brevemente con el administrador y se fue sonriendo satisfecho con la bolsa de dinero en la mano.

Por la noche en mi cama, pensé que había hecho el robo perfecto, pues nadie se dio cuenta, pero lo perdí todo en el estiércol.

F I N.


El Secreto de María

Eduardo D. Infante Favila


María y yo somos amigas de toda la vida; de hecho, nacimos con 5 días de diferencia y siempre hemos hecho todo juntas, tanto, que en muchas ocasiones nos hacemos pasar por mellizas. Por lo que aquella mañana de domingo me sorprendió verla salir de su casa con aspecto desolado y triste.

- ¿Qué te pasa? - pregunté inquieta.

- Nada.

- No, a ti te pasa algo-. Insistí- Y me lo vas a contar.

- No tengo nada, en verdad.

- Mira: - dije con seriedad- te conozco mejor que nadie, he compartido contigo los momentos más íntimos y personales que puede vivir una mujer, así que, si digo que tienes algo, es porque algo tienes, así que cuéntame-.

- En verdad no tengo nada, déjame en paz y apúrate que vamos a llegar tarde a misa-.

6 MESES DESPUÉS…
- Por fin se acabó la prepa - dijo María a los compañeros antes de invitarlos a una fiesta que haríamos en su casa para celebrar el fin de cursos.

La reunión estuvo muy animada, bailamos, cantamos, criticamos a compañeros y maestros ausentes; en fin, hubo todo lo que hay en una fiesta de este tipo.

Al concluir la celebración y mientras en compañía de varios compañeros que se quedaron a ayudar, ponemos en orden la casa, alcancé a ver en el rostro de María algunos signos de tristeza, pena y tal vez dolor. Estos síntomas podrían pasar desapercibidos para otros, pero no para mí que la conozco mejor que su madre.

Al quedarnos solas le pregunté:

- ¿Estás bien, te pasa algo? -.

- Estoy muy bien - respondió sonriendo o intentando hacerlo - solo algo cansada y me quiero acostar-.

- Como gustes- respondí furiosa - buenas noches-.

Esa noche o el resto de ella no pude dormir preguntándome: ¿qué le pasa a María, que tiene que no me lo puede contar?

Los siguientes días intenté por todos los medios posibles que me dijera que le pasaba, pero nunca quiso decirme nada.

Ya en la universidad nos asignaron a diferentes grupos y como yo estaba enojada por su pertinaz silencio, dije que no cuando me propuso cambiarse de grupo para estar juntas como lo hemos estado desde el kínder.

- Hasta que me digas que te hace poner esa cara de melancolía y tristeza no quiero estar cerca de ti - jugué mi última carta, esperando con esto convencer a María de que me dijera el motivo de su actitud.

- En verdad no tengo nada - seguía siendo su respuesta. A mitad de la carrera conoció a Efraín quien está en el último año, como era de esperar me contó todo, hasta los más íntimos y oscuros detalles de su relación con él. Como es lógico suponer yo le contaba también los detalles de mis encuentros amorosos con todos los novios que tuve.

Si, eso era tal vez lo único que nos diferenciaba; ella era muy recatada y discreta, yo…. bueno, a mí me gustaba en esa época divertirme y darle gusto al gusto.

Es decir, ella me contaba todo a excepción de lo que le origina esos momentos de profunda tristeza.

Cuatro años después nos encontramos aquí, yo la ayudo junto con su mamá y la mía a arreglarse para su boda. Cuando estuvimos solas se acercó a mí y con lágrimas en los ojos y esa tristeza en el rostro impropia de una mujer que está a punto de casarse con el hombre que ama, me dijo con toda seriedad.

- Perdóname por no responder a tus preguntas todos estos años, pero no puedo decirte nada-.

- ¿Por qué? - insisto.

-Es que tengo un secreto -.

La interrumpí con violencia- tú y yo siempre nos hemos contado todo; ¿como es que ahora me sales con que tienes un secreto?-. 

- Si, tengo un secreto y mi dolor es por no poder decírtelo-. 

- Está bien, lo acepto, pero no lo entiendo-.

- Gracias, no sabes cuánto bien me haces al decir esto-. 

- ¡María, vamos!, - desde la puerta gritó su papá - ¡que vamos a llegar tarde!-.

FIN

Nota final: Inútil preguntar, el autor tampoco sabe cuál es el secreto de María.


El Bosque que ya no es.

Carlos Ángeles

Cuando era niño visitaba la casa de los abuelos, me gustaba ir porque cruzando la calle empezaba un pequeño bosque. Ese bosque es la causa de que hoy en día no mate ningún animal, mi padre creció visitándolo, y tuvo en su casa desde serpientes hasta coatis, su disfrute por la fauna me fue transmitido en forma de maravilla y respeto.

Esta pequeña decidió alojarse en el árbol de la entrada. 

Estuvo revoloteando por las luces, hasta que se posó para descansar en las plantas.

Hoy día, y salvo unos pocos insectos que son plaga e involucran riesgos de salud, en casa doy asilo y cobijo a todo ser vivo que llegue, he contado hasta 35 especies distintas entre arañas, insectos, y otros bichos. En el caso de las arañas peligrosas y los roedores los saco por precaución, las arañas al jardín y los roedores los libero en la calle para que regresen a las coladeras. Nunca he encontrado violinistas, pero desde hace 6 años, viudas negras tienen su espacio en el jardín, convivimos con respeto, y hasta ahora ningún miembro de la familia ha estado ni cerca de sufrir un accidente con ellas.


Diminuta, posada en la esquina de una ventana. Los colores me encantaron.

Otra pequeñísima, el efecto de la luz en las alas fue lo que me llamó la atención.


Además, tengo un bebedero para colibríes que es visitado por una pareja y supongo una cría, está tan cerca de la ventana que en un par de ocasiones los colibríes se han metido a la casa. Así mismo hay varios pájaros, gorriones, tortolitas y unos que no se bien la especie, que comen semillas o frutos de las plantas, y ocasionalmente aceptan el alimento que les pongo junto a su bebedero. Y ya me tocó ver a una ardilla esconder algo en las macetas que adornan la parte superior de la reja que da a la calle.



Es frecuente verlas por la casa, son inofensivas, aunque su tamaño y apariencia intimidan. Las saco al jardín.


Disfruto mucho de los bichos, mi padre lo sabe y siempre estamos compartiendo fotos o comentarios sobre ellos, pero me sorprende mucho la cantidad de gente que lo ve como algo extraño, como si fuéramos personajes extravagantes que no tienen cabida en una ciudad. Alguna vez incluso, hablando de las arañas que deambulan por la casa, alguien dijo "siempre he creído que esta casa necesita una buena fumigada". Durante mucho tiempo me sentí orgulloso de eso, de ser el sujeto extraño que protege a las arañas y alimenta lagartijas. Pero hoy el orgullo va dando paso a la incertidumbre, ya no llueve como antes, mantener las plantas sanas a veces me hace sentir culpable, por el agua que necesariamente tengo que usar,  mientras en otras zonas de la ciudad tienen que acarrear de madrugada. Veo como poco a poco el polvo se acumula en distintas zonas del jardín y la calle se ve cada vez más seca. La poca humedad necesaria para mi pequeño ecosistema va menguando año con año.


Una pequeñita que llegó a hacer nido, los colores son hermosos.

Otra de jardín, más común.


Mi ciudad, que puede ser cualquiera en el país, se enfrenta a una muy cercana crisis por el agua, es un monstruo sobrepoblado que consume todo mientras crece, el bosque de mi infancia hace años dejo de existir (mi niño interior no logra asumir que podamos desaparecer un bosque entero), hoy son colonias asentadas en cañadas, llenas de calles que no tienen ni rastro de los maravillosos árboles que vivían allí . 


Aquí ya libre sobre una maceta, empezando a explorar.

De estos solía haber muchos, sus colores son muy llamativos, pero son muy pequeños y a veces es difícil verlos.


Seré el extravagante sujeto de los bichos, seré de los pocos que lo ven, pero justo ese desagrado por la vida que no es linda según nuestros estándares, y el gusto por lo perfectamente limpio y desinfectado, ha provocado que nuestras casas sean cajas sobre superficies impermeables, haciendo muy difícil la vida que no nos gusta; llegamos a destruir bosques, poner planchas de concreto para cubrir su suelo fértil y construir casas que dejan fuera a los bichos, y construimos todo un sistema de tubos que alejen de nosotros lo que no nos gusta, nuestra porquería y la lluvia, esa que odiamos al salir del trabajo, esa que entorpece el tránsito. No sólo llegamos a destruir ecosistemas, no sólo asesinamos cientos de bosques con toda su diversidad, además cavamos nuestra propia tumba al vivir de una manera tan aséptica, al alejar a los animales que no nos gustan; al dejar que el agua de lluvia, esa que pinta de verde la ciudad, se vaya por el drenaje, impedimos el resurtimiento de los mantos freáticos, y al mismo tiempo nos condenamos.


Abundan y por las mañanas son muy escandalosos.

No son frecuentes, pero siempre son bienvenidos, son de mis favoritos.


El bosque que ya no es, desapareció hace no mucho, y casi seguro los que allí habitan no son conscientes de que hace muy pocas décadas existía. No es un bosque con esperanzas de resurgir, porque al despreciar a cada ser vivo y valorar nuestra comodidad por encima de la vida, hemos provocado un cambio en el mundo para el que ya no hay marcha atrás. El cambio climático es un hecho y no podemos hacer nada, principalmente porque muy pocos están dispuestos a cambiar su forma de vida, sólo nos queda esperar las consecuencias. Mientras, yo extraño el bosque, mientras, trato de salvar a cada araña, cada cara de niño, cada lombriz que veo en casa, y no dejo de preguntarme: ¿cómo le pido perdón a mi hija por haberla traído a este mundo que no tiene salvación?


De las más difíciles de fotografiar. Pero esta pequeña se metió a la casa y era urgente rescatarla antes de que los perros la encontraran.

Casi no se acercan a la casa, pero estaba herida y la recogí del patio.

La pesadilla de mis suculentas, se las devoran. Por fortuna hay una muy grande que soporta sus ataques, cuestión de cambiarlos de planta.

Este pequeño anduvo varios días merodeando por el patio, pusimos la trampa y cuando cayó fue liberado fuera de casa, cerca de la coladera.

El macho de la pareja, entre 9 de la mañana y 7 de la noche nos visita cada veinte minutos aproximadamente.


Viviendo la Experiencia del Congreso Veterinario de León

Magdely Herrera
 
Este año se cumplieron 28 años del Congreso Veterinario de León (CVDL), el cual se llevó a cabo los días 6, 7, 8 y 9 de septiembre de este año, en la actualidad es considerado el más grande del mundo.

Para quienes no han tenido la oportunidad de asistir les comparto que es una gran experiencia formativa, donde se reúnen médicos veterinarios de todas las especialidades y de diferentes partes del mundo, junto con las principales marcas y empresas de la industria veterinaria. Se imparten alrededor de 200 conferencias y talleres los cuales abarcan temas de neurología, parasitología, dermatología, ortopedia, ultrasonido y ecocardiografía, endoscopia, oncología, cirugía, medicina interna, oftalmología, nefrología, entre otras más.

León, Guanajuato, recibe con los brazos abiertos a sus visitantes y en este caso no es la excepción, el punto de reunión es el Poliforum León, lugar que ha sido parte de este evento desde sus inicios. Estando ahí lo primero es registrarse y recibir tu souvenir de bienvenida, una vez realizado esto comienza la hora de la decisión, pues hay que realizar un horario que nos permita asistir a las conferencias de nuestro interés, y finalmente asistir a cada una de ellas y aprender lo más que se pueda, ya que todos los temas son abordados por expertos en la materia, por lo que la información que brindan es de un alto valor académico y formativo.

Durante el día se puede tomar un receso para ir al área comercial en donde se puede consultar los nuevos productos, instrumentos, medicamentos, equipo médico, comprar insumos y generar contactos para posibles adquisiciones.

Para cerrar el día se lleva a cabo un homenaje a un médico emblemático y este año fue para el prof. Dipl. MV Ernesto Hutter, profesor universitario de la Universidad de Buenos Aires, quien toda su vida la ha dedicado a la medicina veterinaria, pero sobre todo a la formación de nuevos médicos, teniendo como meta el diseño de un programa educativo acorde a las necesidades propias de los estudiantes. Como parte de su discurso dijo lo siguiente: “hay que formar a médicos que al terminar la carrera sepan resolver problemas y no que al salir solo vean problemas”. Después de decir esto los asistentes aplaudieron por largo tiempo.

Sin lugar a duda el CVDL es un espacio que permite la interacción entre colegas médicos y estudiantes, promoviendo un espacio de aprendizaje y convivencia.

El Discurso

 Eduardo D. Infante F.

      La mortecina luz de un farol lucha por romper la oscuridad en la solitaria calle, mientras el gato de la señora de la casa de la esquina inicia su nocturna cacería. La estrecha calle luce callada y tranquila, poco a poco las ventanas de las casas aledañas se van quedando a oscuras. Son las 11 de la noche, y solo la ventana del piso superior de la casa marcada con el número 134 se mantiene iluminada. En su interior un hombre maduro; digamos de 57 años, intenta, sin conseguirlo, escribir un discurso para conmemorar los 50 años de la empresa en donde ha trabajado durante los últimos 34 años.
 
“Maldita sea”, dice susurrando por enésima vez pues no quiere despertar a su esposa.
 
- ¿Por qué acepte este encargo? - se pregunta frente al espejo quien le contesta: “por presuntuoso”.
     
Después de ir y venir por la recamara, de escribir y destruir cientos de hojas sin poder concebir una idea coherente, siente moverse inquieta a su esposa en la cama y piensa: “si la despierto, seguro se enoja”, así que apaga la luz y sale silenciosamente. Va a instalarse al comedor y recuerda cómo se metió en este lio.
 
- Eres la persona con más años trabajando en esta compañía, ¿Cuántos son? Preguntó el director.
- Cumplí 34, hace 2 meses -.
- Pues nadie mejor que tú para decir el discurso para conmemorar nuestros primeros 50 años de trabajo, ¿aceptas?
 
“Desde luego que sí”, fueron mis palabras y por mi arrogancia estoy metido en este problema, se recrimina a sí mismo. “¿Qué tan difícil puede ser?”, pensé en aquel momento y aquí estoy sin una sola letra escrita del famoso discurso.
 
Las siguientes 3 horas fueron más de lo mismo, escribir y destruir, maldecir y recriminarse; cuatro o cuarenta tazas de café para nada. “Qué voy a decir mañana” se pregunta y se funde con su silla con verdadero pesar. Minutos después se levanta, camina por el pasillo rumbo a la puerta, se detiene frente al espejo, se señala con índice de fuego y en voz alta pregunta : - ¿Será está la primera vez que falles en una encomienda? Cuando está próximo a responder escucha a su espalda la voz de su esposa quien dice:
 
- No fallarás, solo habla de los buenos y malos momentos por los que han pasado, de las personas que con su trabajo han hecho crecer a la empresa, de cómo el fundador confió en ti cuando nadie lo hacía porque eras muy joven. Sólo deja hablar a tus recuerdos y no fallarás.
 
Una sonrisa iluminó el rostro de aquel hombre, besó a su mujer con verdadera gratitud, le dio una afectuosa nalgada y dijo:
 
- Sube y acuéstate, en unos minutos estoy contigo.
 
Cuando el hombre terminó de decir su discurso recibió un estruendoso aplauso, muchos de los presentes gritaban vivas con lágrimas en los ojos; el director general aún emocionado agradeció al hombre por tan sentido y emotivo discurso, asegurando que quedaría integrado y formaría parte de la historia de la compañía en un lugar especial.


Revolución en la Cocina

 Eduardo D. Infante Favila

     La fractura de una olla fue la señal para el inicio de la revolución en la cocina, las ollas y las cazuelas del anaquel bajo se rebelaron contra las jarras del anaquel de arriba.

     Los platos y cucharas aún no toman partido, las tazas han decidido apoyar a las de arriba, mientras sartenes y cucharas lucharán con los de abajo.

     Cacerolas y cuchillos se dicen solidarios con los rotos y desportillados; pero los vasos, ¡ah, los vasos! decidieron no tomar partido y permanecer al margen de todo.

        El resto de los artilugios de la cocina son observadores de aquel singular combate.

     El choque de aquellos trastos gran revuelo producía, ya los cuchillos embisten, más los sartenes resisten y los platones proceden como guerreros expertos.

     La jarra más elegante desde arriba dirigía los momentos del combate, los vasos de los domingos gritaban emocionados, aquel duelo entusiasmaba hasta a los circunspectos.

     Suenan golpes y gritos, cucharas y cacerolas luchan en feroz combate, los sartenes ahora cargan y las cucharas embisten, las ollas van avanzando muy cerca del fregadero, los platos se posicionan más allá del lavadero.

     Nadie pide paz ni tregua, la lucha aquí es sostenida, al final nada se gana. Todos regresan exhaustos a tomar sus posiciones, el desayuno se sirve temprano por la mañana.

Prometeo

Mvz David Silva Olvera

Al yo interno. A mi alma, tu alma. Al espíritu, mi espíritu.


"...por ello la tierra ha sido cimentada sobre

 agua y desde lo más recóndito de las

montañas provienen aguas hermosas,

desde la creación del mundo hasta la eternidad"

(Libro de Enoc)

Causalidad

-Apúrate Ricardo, ya vamos a cerrar. -Se oyó una voz femenina en aquella noche fría.

El muchacho distraído observaba afuera del local que hacía algún tiempo su mamá rentaba.

-¡Mamá! ¿Ya viste que ese gato siempre viene a esta hora desde que llegamos aquí?

El jovencito se había percatado varias veces que ese animal iba a visitarlos.

-Ay, Ricardo, deja a ese gato en paz... mejor apúrate, ya es tarde, mañana te debes levantar temprano para que vayas a la escuela, y no se te olvide que te falta terminar la tarea.

La situación que vivía Ofelia y su hijo era difícil: pasaban por condiciones de precariedad, ella trabajó de obrera en una fábrica donde elaboraban galletas y algunos productos de panadería. Luego de varios años, a los trabajadores les dieron aviso que iba a haber recorte de personal, y la despidieron. Luego, trabajó en una empresa que se dedicaba a contratar personal de intendencia. La paga no era buena, pero la necesidad la obligaba a tolerar el ambiente del trabajo con sus compañeros. No solo eso, también soportar el trayecto mayor de dos horas, así como las jornadas amplias y las pesadas actividades en el trabajo. Sin embargo, por su dedicación y amabilidad, pronto se ganó el cariño de los empleados que trabajaban en las oficinas de gobierno en que ella ofrecía su servicio.

A diferencia de la fábrica de galletas donde laboró por varios años, esta empresa fue comprada y, por lo tanto, los nuevos dueños llegaron con otra visión de negocio y otro plan de trabajo. Al final, también realizaron cambio de personal y desafortunadamente le dieron las gracias.

Saliendo de ahí, ella había guardado un poco de dinero para autoemplearse y poner un puesto ambulante. Poco a poco fueron incrementando sus ventas, hasta que logró rentar un local cerca de su casa.

Nunca le gustaron los gatos a Ofelia; de hecho, les tenía miedo. A pesar de eso, su hijo Ricardo le conmovió el corazón, a tal grado de convencerla para que le comprara un poco de croquetas y un sobre de alimento húmedo y así darle de comer a aquel animal de tonalidad oscura.

Al anochecer, y cuando ya estaban por cerrar el local, desconfiado ese animal, poco a poco se acercaba, comía y salía corriendo a buscar lo que tal vez nunca encontraría.

Diligencia

- Nunca tuve la oportunidad de conocer a mis padres, me crié en las calles, coladeras, bajos puentes y tejados. Vaya vida la mía.

-Cómo quisiera vivir más, aunque sea un poco, solo eso le pido al eterno. ¿Será mucho pedir?

 - Aunque no puedo regresar el tiempo, debo agradecer todo lo aprendido en esta vida.

- No sé si transcienda mi legado, espero que se digan cosas buenas de mi algún día.

- A veces me pregunto si verdaderamente he cumplido mi misión.

- Aún recuerdo todavía que tuve una hermosa pareja y procreamos cuatro lindos gatitos, los cuales no he visto desde que eran cachorros, las circunstancias en ese momento me orillaron a partir y buscar mi camino, dejándolos abandonados con su madre. A veces tenemos que caminar solos para alcanzar nuestros objetivos, o peor aún, para sobrevivir; en mi caso, dejando atrás lo que más quise.

- Es angustiante sentirse como un ladrón, aún sabiendo que no había cometido ningún delito. Tener que huir de todo y para todo, ir de un lado para otro sin descansar.

- Durante el día me siento encadenado a mis pensamientos, como si me estuvieran carcomiendo por dentro, perpetuando mi sufrimiento. Todas las noches me restablezco encontrando consuelo, pasando por dimensiones que desconozco; luchando día a día, noche tras noche. No saben el calvario que he pasado.

- Pareciera como si hubiera destapado una caja de pandora. No saben cómo quisiera apartar todo eso de mi camino.

- De verdad chicos, si alguna vez fui severo con ustedes, discúlpenme por favor, es parte de la territorialidad, y de alguna manera es el respeto que nos ganamos en el barrio. Teníamos que cuidarnos de gatos y perros que venían de otras partes.

Durante la noche, en una reunión de varios gatos, les manifestó Prometeo; ese gato que había ganado el respeto y liderazgo dentro de las colonias aledañas durante varios años.

Era temido por varios, y odiado por otros, ganó a pulso su lugar con furia, enfrentando peleas con otros líderes despiadados de varias manadas.

En una ocasión un gato naranja tuvo la osadía de pasar por su territorio, se miraron fijamente. Sin hacer pacto alguno, se debatieron a un duelo mortal, empezando por el tejado de una casa abandonada. Posteriormente, rodaron hasta un balcón de una casa deteriorada, habitada por una anciana con su hija y dos nietas. Luego, treparon un árbol de pirul.

Prometeo era más grande que su rival, pesaba cerca de ocho kilos, pero esto no impidió que el otro gato lo confrontara con valentía. Era una pelea encarnizada, nadie cedía, no hubo tregua, se enfrentaron como verdaderos titanes, demostraron extraordinarias habilidades y destrezas en este épico combate.

Después de varios minutos colgados de aquel árbol, el cansancio y la resistencia causaron efecto, Prometeo mordió el brazo de su enemigo, el cual soltó un zarpazo que no atinó, provocando que el gato naranja no alcanzara a sostenerse de las ramas y cayó a más de cinco metros de altura al pavimento.

Herido, agotado y sorprendido, Prometeo vio a su rival caer hasta impactarse contra el suelo, mientras el gato derrotado con las pupilas dilatadas, sabía que solo un milagro podía salvarlo.

Esa había sido la batalla más difícil que pudo librar desde entonces. 

Estupor

- Pasada la medianoche, estaba sentado en un barandal observando a mí alrededor, en eso escuché un teléfono celular que sonaba. - Narraba Prometeo.

- ¿Bueno? Sí, dígame. - Contestó un vecino joven de la colonia.- Pero no puede ser, si estaba bien. ¿Qué le pasó? Antier lo vi, deja voy para allá...

En ese instante colgó su teléfono, y subió en su motoneta que había estacionado a un lado de una jardinera y se fue. Al poco tiempo llegaron unos guardianes de una maligna cofradía.

- Te buscamos de parte del señor... Te quiere ver. - Me sorprendió, era de madrugada y hacía mucho que no lo veía. 

- ¿Qué necesita? Pregunté.

- ¿Lo puedes atender? Acompáñanos. - Dijeron esos señores que obedecían órdenes.

Nos dirigimos al vehículo donde lo llevaban, estaba sentado en la parte de atrás.

- Cuando lo vi le pregunté: ¿Me buscabas? Aquí estoy. ¿Qué se te ofrece? 

- Me contestó: "Ayúdame, me siento mal."

Recuerdo haberlo visto débil, contrariado, con otro semblante.

- Las cosas no marchan a mi favor, todo se ha salido de control, voy perdiendo poder. - ¿Qué sabes al respecto? -Preguntó con bastante interés.

- La vida cambia, son tiempos diferentes y tu tiempo está terminando, lo sabes bien.

- No soy imbécil ni ingenuo. Así que no me vengas con el mismo discurso. - Me contestó irritado, mientras en su rostro observé un rictus de dolor, que lo hacía jadear con hedor a venganza.

- Vaya vaya… Qué ironía, la misma peste busca la cura.

- ¡¡Cállate!! ¿Me vas a ayudar o no? -Preguntó de forma imperante.

- ¿Me buscas tú que encarnas la opresión, la destrucción, la guerra, vanidad, el engaño, delirio y pecado?

- No estoy jugando. - Me miró con toda la ira de la maldad.

- Te ayudaré en esta ocasión, pero no te aseguro nada. 

- Vamos, tú eres un titán. Amigo de los mortales, puedes ayudarme y sabes cómo hacerlo. 

- No tengo la fórmula para curar todo. ¿Quieres que cure el mal con el mismo mal?

- Podremos tenerlo todo y perpetuarnos por siempre, solo necesito estar mejor.

- Sabes que no hago pactos, y para encontrar la fórmula he atravesado el mismo infierno.

- Aunque lo niegues, sabes que donde habito, ese será tu hogar, no tienes otra salida, por más que trates de evitarlo.

- ¿Y cómo lo sabes, tú que vives en la oscuridad?

- No vivo en la oscuridad, yo soy la oscuridad misma, no se te olvide. Expresó en tono desafiante. Luego continuó: Como te ven te tratan, necesito estar bien porque si muestro debilidad, no me respetarán. Debo reunir a mi ejército.

- Lo atendí. Al parecer mis palabras lo hicieron sentir mejor. No esperaba menos de ti, me dijo. Al final con una expresión frívola me dijo que nos veríamos pronto.

De él nada me sorprende, es capaz de todo, profana pensamientos y no sabes cuándo puede estar de tu lado o en contra tuya... era Satanás.

Porfiria:

Se dice que los gatos son nuestros guardianes porque tienen un vínculo especial con el mundo mágico.

Nos acompañan en nuestro viaje astral en el momento en que soñamos convirtiéndose en nuestros protectores. Alejando a los espíritus que ponen en peligro nuestro regreso al mundo físico.

También existen leyendas en las que cuentan que los ojos de los gatos negros representan las puertas que conducen hacia el reino de los espíritus.

Inclusive comentan que los gatos tienen la capacidad de caminar por ambos mundos, el de los vivos y el de los muertos.

- ¿Por qué me tocó vivir y estar aquí? Estoy desesperado, ya no aguanto más. Dijo encadenado un hombre.

- Tú no eres de ellos. ¿Cómo entraste aquí?, ¿Qué haces aquí?, ¿De dónde vienes? -Ven, ayúdame por favor. Sácame de este infierno. Exclamó ese hombre de aspecto monstruoso.

- Estás acabado. Siempre vivirás en esta podredumbre. Contestó el gato negro que, al verse descubierto, quería huir de esa pestilencia, no obstante, permaneció estoico.

- Me sorprende que no me veas con desprecio, todos lo hacen. Dirás ¿porque estoy así? Los médicos me diagnosticaron Porfiria.

- ¿Porfiria? ¿Qué es eso? Preguntó Prometeo.

- Si Porfiria, esta enfermedad se refiere a un grupo de trastornos que se originan por una acumulación de sustancias químicas naturales que producen porfirina en el cuerpo. Explicó con detalle ese hombre desesperado.

- Una enfermedad no tan común. Contestó el que transitaba por distintas dimensiones.

- Así es, tuve sensibilidad al sol y a veces a la luz artificial, lo que me causaba dolor, me provocaba hinchazón y enrojecimiento en la piel. También me salieron ampollas en la piel expuesta, en las manos, brazos y cara, tenía la piel delgada y frágil que me provocaba cambios de color y picazón. Prometeo sentado escuchaba las palabras del sentenciado.

- Solo recibí humillaciones, me corrían donde me acercaba, me insultaban y escupían. Nunca me dieron bocado alguno para alimentarme, iba y solicitaba empleo, pero nadie me contrataba. Recuerdo que un muchacho me hizo sentir una basura, abusando de mi cordialidad; hasta que una noche, sentí un rencor que recorría todas mis venas y descargué todo mi coraje hacia él, no pudiendo controlarme. ¡¡Claro!! Aun lo recuerdo. -Hablaba aquel hombre con tanta vehemencia y continúo diciendo: lo asesiné, sí y no me arrepiento de hacerlo. No sabes cómo disfruté cuando encajé el cuchillo en su vientre tantas veces como pude, hasta dejarlo inerte.... ese es el castigo que estoy pagando.

- Ahora, ahora daría lo que fuera por salir de este viacrucis. - Dijo el prisionero sollozando.

- No reniegues, es parte de tu aprendizaje, eso tuviste que pasar en tu vida. Debes de hacerte responsable de tus actos, ahora depende de ti que tanto quieres evolucionar, no seas ciego espiritual. Nunca pierdas la fe. Con voz profunda contestó Prometeo.

- O sea que justificas a mis agresores y a mí me revictimizas? Dijo con rabia el hombre de aspecto desagradable.

- Eso no lo dije. Contestó Prometeo con firmeza. Pero necesitas perdonarte a ti mismo para empezar a sanar. 

- No entiendes que me hacían bullying, me humillaban, pateaban y escupían. Les causaba asco. Me decían el quemado, el feroz, maricón, monster, la bestia y otros calificativos con desprecio. Una vez en la cárcel, a uno de ellos lo hice pedazos cuando todos estaban dormidos en sus celdas, nadie me vio y tampoco oyeron sus gritos.

 - ¿Y qué ganaste con eso? Tal parece que ahí comenzó tu infierno. Dijo Prometeo.

- Dentro de la cárcel fue peor, tuve que rifar mi destino con malvivientes desalmados sin crepúsculos. Maldita sea, ya no puedo recuperar todo lo que perdí. Estoy perdido. Exclamó entre lágrimas y desolado el aspirante a ser ánima del purgatorio.

- No del todo, el mismo Jesús de Nazareth dijo que nuestra propia fe nos salvará. Expresó Prometeo con cierta compasión. 

- Shhh. Aquí no lo menciones, está prohibido mencionarlo.

- No sé qué estés pagando, o que más hayas hecho en esta o anteriores vidas, no estoy aquí para juzgarte, no soy juez, recuérdalo, ten fe. Pronto habrá rebeliones por parte de los condenados, quieren ascender y ser perdonados por todos sus errores. En eso, se escucharon fuertes pasos, aquel hombre observó que alguien se acercaba.

- Espero te arrepientas de corazón, busca siempre dentro de ti. Prometeo dijo rápidamente.

- ¿Qué haces aquí?, ¿Con quién hablas?, vuelve a tu lugar dijeron unos guardias del mal.

- Suéltenme... No, déjenme ya. Entre jalones y castigos, el sentenciado volteó a ver dónde se encontraba Prometeo, sorprendido se percató que el gato con el que estaba platicando había desaparecido.

Redención

Una noche atípica, donde no se escuchaba ruido, el viento soplaba suavemente, había una jauría de gatos arriba de un tejado, era raro ver por esa zona gatos reunidos en calma, siempre se oían peleas, gritos o maullidos.

En esa ocasión estaba Prometeo dando un mensaje a los demás gatos, quienes lo escuchaban con atención.

- Ahora que mi tiempo está terminando, pido perdón a todos y cada uno de ustedes, cometí errores, a veces en contra de mi voluntad.

- Tenía ese compromiso, en verdad perdónenme, si alguna vez fui severo. La vida no me trató de la mejor manera, no sé si fue justa o injusta, tuve que tomar decisiones drásticas, incluso unas de ellas pusieron en riesgo mi vida.

- Me cansé de las injusticias, de tanta hipocresía, de ver gente que habla con mentiras, de ver como ellos mismos no se respetan, lo que debemos hacer es buscar la vida y encontrar nuestro destino, sino es que él antes nos encuentre. 

- Tal vez ustedes sean el futuro de nuestra era, por favor únanse, hagan el bien a los demás, sean o no de la misma raza o especie. Es por eso que quise reunirlos.

- No puedo mentir, vendrán muchos cambios, ¿Cuándo? No sé. La vida cambia, por diferentes circunstancias y sin previo aviso. Hoy estamos reunidos aquí, mañana no sabemos. Probablemente se han percatado que mucha gente de este sitio y sus alrededores ya no salen a la calle al igual que sus mascotas, en cambio, nosotros somos afortunados. 

- Cuando alguien hable, escúchenlo bien, pongan atención a lo que comunica; pero pongan más atención a lo que no dice, y lo que menciona entre líneas. No sean cortoplacistas, piensen a futuro, caminen hacia adelante.

- Hoy más que nunca deben unirse, lo importante es la lealtad, nadie va a cuidarlos, ustedes mismos deben cuidarse las espaldas, de ahí depende la confianza.

Ahora que mis días están contados, quisiera decirles tanto, que no me alcanzan para expresarlo.

- Siempre pedí a la vida salud, mi integridad era los más importante ya que, si me encontraba físicamente bien, podía realizar diferentes actividades, como poder conseguir alimento, hasta pelear para protegerme.

- Después pedí sabiduría, adquirir conocimientos, tener otra visión, con esto podía ver situaciones con claridad, ser objetivo al analizar las cosas y así, tomar decisiones correctas, debo confesar que aprendí de ustedes, porque todos aprendemos a diario algo nuevo. Expresó Prometeo.

- Y por último pedí humildad, es una gran virtud ayudar a los demás y a ustedes desde luego, nada me haría más feliz ver que logren sus objetivos y sepan porqué y para qué están aquí.

- Ahora me voy, les confieso que quiero descansar, estoy muy cansado, mi camino es muy largo y sé que lo caminaré solo.

Muy temprano al día siguiente, se escuchó de manera muy insistente el timbre de una casa.

- ¿Quién? -Se escuchó la voz de una señora mayor.

- Buenos días, disculpe la molestia. ¿Se encontrará mi vecino el veterinario? Soy Bertha.

- Permítame, déjeme le llamo. Contestó la señora al mismo instante que abrió la puerta para que pasara la joven.

- Qué pena vecina, en verdad no es mi intención molestarlos, lo que pasa es que a este gato lo venían correteando unos perros y creo lo mordieron, se escondió debajo del carro blanco, por eso lo traje. Dijo angustiada Bertha la vecina.

El veterinario no tardó en bajar y de inmediato se colocó el estetoscopio para auscultar al gato agonizante que estaba colocado en el patio de su casa.

- Hay que llevarlo a la veterinaria, allá tengo todo el equipo para estabilizarlo, necesita oxígeno, le cuesta trabajo respirar. Debo tomar una placa radiográfica para ver si no hay perforación de los pulmones. Después de haberlo revisado le administró vía intramuscular un desinflamatorio y analgésico.

-Si no llego a conocerte en esta vida, déjame sentir tu presencia, bríndame tu compasión a través de tu mirada, nunca me abandones, guíame y mi vida será tuya. Se oía el sonido de un débil maullido mientras atendían al gato traumatizado.

Todo fue tan rápido que cuando lo habían colocado en una transportadora para llevarlo a la veterinaria, Prometeo, como lo había dicho anteriormente a sus amigos, dio su último suspiro y emprendió el camino que sólo él podía recorrer.


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