El Secreto de María

Eduardo D. Infante Favila


María y yo somos amigas de toda la vida; de hecho, nacimos con 5 días de diferencia y siempre hemos hecho todo juntas, tanto, que en muchas ocasiones nos hacemos pasar por mellizas. Por lo que aquella mañana de domingo me sorprendió verla salir de su casa con aspecto desolado y triste.

- ¿Qué te pasa? - pregunté inquieta.

- Nada.

- No, a ti te pasa algo-. Insistí- Y me lo vas a contar.

- No tengo nada, en verdad.

- Mira: - dije con seriedad- te conozco mejor que nadie, he compartido contigo los momentos más íntimos y personales que puede vivir una mujer, así que, si digo que tienes algo, es porque algo tienes, así que cuéntame-.

- En verdad no tengo nada, déjame en paz y apúrate que vamos a llegar tarde a misa-.

6 MESES DESPUÉS…
- Por fin se acabó la prepa - dijo María a los compañeros antes de invitarlos a una fiesta que haríamos en su casa para celebrar el fin de cursos.

La reunión estuvo muy animada, bailamos, cantamos, criticamos a compañeros y maestros ausentes; en fin, hubo todo lo que hay en una fiesta de este tipo.

Al concluir la celebración y mientras en compañía de varios compañeros que se quedaron a ayudar, ponemos en orden la casa, alcancé a ver en el rostro de María algunos signos de tristeza, pena y tal vez dolor. Estos síntomas podrían pasar desapercibidos para otros, pero no para mí que la conozco mejor que su madre.

Al quedarnos solas le pregunté:

- ¿Estás bien, te pasa algo? -.

- Estoy muy bien - respondió sonriendo o intentando hacerlo - solo algo cansada y me quiero acostar-.

- Como gustes- respondí furiosa - buenas noches-.

Esa noche o el resto de ella no pude dormir preguntándome: ¿qué le pasa a María, que tiene que no me lo puede contar?

Los siguientes días intenté por todos los medios posibles que me dijera que le pasaba, pero nunca quiso decirme nada.

Ya en la universidad nos asignaron a diferentes grupos y como yo estaba enojada por su pertinaz silencio, dije que no cuando me propuso cambiarse de grupo para estar juntas como lo hemos estado desde el kínder.

- Hasta que me digas que te hace poner esa cara de melancolía y tristeza no quiero estar cerca de ti - jugué mi última carta, esperando con esto convencer a María de que me dijera el motivo de su actitud.

- En verdad no tengo nada - seguía siendo su respuesta. A mitad de la carrera conoció a Efraín quien está en el último año, como era de esperar me contó todo, hasta los más íntimos y oscuros detalles de su relación con él. Como es lógico suponer yo le contaba también los detalles de mis encuentros amorosos con todos los novios que tuve.

Si, eso era tal vez lo único que nos diferenciaba; ella era muy recatada y discreta, yo…. bueno, a mí me gustaba en esa época divertirme y darle gusto al gusto.

Es decir, ella me contaba todo a excepción de lo que le origina esos momentos de profunda tristeza.

Cuatro años después nos encontramos aquí, yo la ayudo junto con su mamá y la mía a arreglarse para su boda. Cuando estuvimos solas se acercó a mí y con lágrimas en los ojos y esa tristeza en el rostro impropia de una mujer que está a punto de casarse con el hombre que ama, me dijo con toda seriedad.

- Perdóname por no responder a tus preguntas todos estos años, pero no puedo decirte nada-.

- ¿Por qué? - insisto.

-Es que tengo un secreto -.

La interrumpí con violencia- tú y yo siempre nos hemos contado todo; ¿como es que ahora me sales con que tienes un secreto?-. 

- Si, tengo un secreto y mi dolor es por no poder decírtelo-. 

- Está bien, lo acepto, pero no lo entiendo-.

- Gracias, no sabes cuánto bien me haces al decir esto-. 

- ¡María, vamos!, - desde la puerta gritó su papá - ¡que vamos a llegar tarde!-.

FIN

Nota final: Inútil preguntar, el autor tampoco sabe cuál es el secreto de María.


No hay comentarios:

Los más leídos