La Espera

Eduardo D. Infante F.

Este sábado, Fernando Marc se levantó con mucho ánimo. Al despertar, extrañó ese dolorcito en la boca del estómago que lo ha estado molestando las últimas semanas, se levantó, fue al baño, se vistió con la ropa deportiva que compró ayer y se dispuso a salir a caminar un poco.

Al verse en el espejo se sintió cómodo con lo que ve, “No estoy tan mal para tener 53 años”, pensó y salió a la calle. La mañana luce hermosa, el verde de los jardines de las casas vecinas luce más intenso, las flores del señora Alicia brillan bajo la luz del sol de la mañana, los pájaros cantan y él se siente bien, ¿Qué más puede pedirle a la vida?
     
Mientras camina al parque en donde piensa retomar su añeja costumbre de correr, va haciendo un recuento de lo que ha sido su vida hasta ahora: Es contador público titulado y tiene junto a su amigo Daniel un despacho de contadores en el que atiende a muchas empresas, es divorciado y tiene 2 hijos: el mayor, Fernando, tiene 25 años y se casó la semana pasada. El menor, Alfredo, tiene 22 años, está por terminar la carrera de contador y por las tardes le ayuda en el despacho para adquirir experiencia. Su ex esposa no quiere decir su nombre. Es una buena mujer, solo que las cosas no salieron como esperaban y todo terminó hace 3 años en divorcio. "En general, puedo decir que soy un hombre exitoso" dice para sí, en el momento de llegar al parque.

El lugar es mucho más bonito de lo que lo recordaba. Tiene cerca de 30 años de no venir, así que decide caminar a la derecha, checa su reloj y dice: “voy a ver en cuanto tiempo hago una vuelta”. Luego de caminar unos minutos, lo empareja un hombre de cabello blanco y barba del mismo color perfectamente arreglada, lo saluda con cortesía y le pregunta:

- ¿Eres nuevo, verdad?-.

- Si,- responde con confianza -. Hace 3 meses regresé a mi antigua casa y hasta hoy me decidí a salir a caminar-.

- Yo tengo 4 años de hacerlo a diario y aún sigo aquí-.

No entendió muy bien lo que quiso decir, pero no dijo nada, por lo que el hombre a su lado continuó:

- Por ciento, me llamo Arturo y mi casa es la que todos llaman la casa azul-.

- Si, la he visto - respondió, y tendiendole la mano concluyó- soy Fernando y si recuerdo haber visto tu casa.
  
- Nos vemos, - dijo al reanudar su carrera- y ojalá no esperes mucho-.
     
Nuevamente no entendió lo que aquel hombre quiso decir y continuó su marcha. Un poco después, vio a una hermosa mujer. Un poco pasada de peso, pero de bellas formas, caminar junto a un hombre joven de aspecto atlético. Luego de intercambiar algunas palabras, el muchacho la siguió y pronto los perdió de vista. Cuando regresó a su casa, después de bañarse, desayunó huevos con jamón, jugo de lata y café. Más tarde, fue al súper a hacer las compras de la semana y ahí lo vio. Era don Arnulfo, un vecino que conoció hace muchos años; y se dijo: “está igualito, parece que fue ayer cuando lo vi por última vez y ya han pasado más de 20 años”. Luego, la misma mujer que vió en el parque se le acercó. Hablaron unos minutos y él la siguió con una gran sonrisa en el rostro.

De regreso, en su casa, pensó en llamar a Alicia, una amiga muy especial que tiene desde hace más de 5 años. Cuando estaba por hacerlo, decidió que quería estar solo para hacer algo que siempre habia querido y hasta hoy no ha podido: escribir un libro. Así que sacó sus notas, preparó la computadora y puso música suave, después se preparó una jarra de café y se dispuso a empezar.

Luego de unos minutos, alguien llamó a la puerta. Cuando abrió, la vio. Era la misma mujer que vió en el parque y en el súper. De cerca pudo apreciar que es muy bonita: de ojos color miel, piel muy blanca... La negra cabellera rizada cae como cascada sobre sus hombros y su voz suena como música cuando lo saluda.
 
- Buenos días, Fernando -.

Extrañado que conozca su nombre, responde:

- Buenos días, ¿en qué puedo servirla? -.

- En nada-, responde ella al momento de entrar en la casa- solo necesito que me acompañes -.

- ¿Acompañarte? ¿A dónde?, si ni siquiera te conozco-.

- ¿Aún no lo sabes?-.

Ya molesto,  respondió:

- ¿Qué tengo que saber?-.
      
- Estás muerto y es tiempo de que vengas conmigo-.
     
- ¿Cómo que muerto? estoy aquí, hablando contigo y haciendo lo que quiero hacer, así que por favor vete antes de que te saque por la fuerza -.

Ella no respondió y continuó caminando. Se detuvo al llegar a la puerta de la sala, dio la vuelta y dijo:
- ¿Me puedes acompañar, por favor?-.

Entró a la sala, y Fernando tras de ella. Lo que vio, lo sorprendió, pero le permitió entender lo que pasaba. Sobre el sillón está su cuerpo sin vida. Sin decir nada, la mira interrogante.

- ¿Recuerdas, - responde ella a la silenciosa pregunta- aquel pequeño dolor que solías tener en el pecho?-.

- Si, pero ya desapareció-.
     
- Bueno, pues eso fue lo que terminó con tu vida, por lo que es necesario que me acompañes-.
          
Sin decir nada más, la siguió hasta una hermosa y grande limusina que los esperaba en la puerta. Al abordarla, ve a Don Arnulfo y a una mujer que no conoce y quien llora desconsoladamente. Al verlo, el anciano lo saluda con afecto y dice: 

- ¡Qué bueno que no tuviste que esperar mucho!, Yo tenía 10 años esperando y ahora, aquí estoy-.
     
No hubo tiempo para más. La limusina blanca, grande y hermosa se alejó a gran velocidad.
FIN


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