El Bosque que ya no es.

Carlos Ángeles

Cuando era niño visitaba la casa de los abuelos, me gustaba ir porque cruzando la calle empezaba un pequeño bosque. Ese bosque es la causa de que hoy en día no mate ningún animal, mi padre creció visitándolo, y tuvo en su casa desde serpientes hasta coatis, su disfrute por la fauna me fue transmitido en forma de maravilla y respeto.

Esta pequeña decidió alojarse en el árbol de la entrada. 

Estuvo revoloteando por las luces, hasta que se posó para descansar en las plantas.

Hoy día, y salvo unos pocos insectos que son plaga e involucran riesgos de salud, en casa doy asilo y cobijo a todo ser vivo que llegue, he contado hasta 35 especies distintas entre arañas, insectos, y otros bichos. En el caso de las arañas peligrosas y los roedores los saco por precaución, las arañas al jardín y los roedores los libero en la calle para que regresen a las coladeras. Nunca he encontrado violinistas, pero desde hace 6 años, viudas negras tienen su espacio en el jardín, convivimos con respeto, y hasta ahora ningún miembro de la familia ha estado ni cerca de sufrir un accidente con ellas.


Diminuta, posada en la esquina de una ventana. Los colores me encantaron.

Otra pequeñísima, el efecto de la luz en las alas fue lo que me llamó la atención.


Además, tengo un bebedero para colibríes que es visitado por una pareja y supongo una cría, está tan cerca de la ventana que en un par de ocasiones los colibríes se han metido a la casa. Así mismo hay varios pájaros, gorriones, tortolitas y unos que no se bien la especie, que comen semillas o frutos de las plantas, y ocasionalmente aceptan el alimento que les pongo junto a su bebedero. Y ya me tocó ver a una ardilla esconder algo en las macetas que adornan la parte superior de la reja que da a la calle.



Es frecuente verlas por la casa, son inofensivas, aunque su tamaño y apariencia intimidan. Las saco al jardín.


Disfruto mucho de los bichos, mi padre lo sabe y siempre estamos compartiendo fotos o comentarios sobre ellos, pero me sorprende mucho la cantidad de gente que lo ve como algo extraño, como si fuéramos personajes extravagantes que no tienen cabida en una ciudad. Alguna vez incluso, hablando de las arañas que deambulan por la casa, alguien dijo "siempre he creído que esta casa necesita una buena fumigada". Durante mucho tiempo me sentí orgulloso de eso, de ser el sujeto extraño que protege a las arañas y alimenta lagartijas. Pero hoy el orgullo va dando paso a la incertidumbre, ya no llueve como antes, mantener las plantas sanas a veces me hace sentir culpable, por el agua que necesariamente tengo que usar,  mientras en otras zonas de la ciudad tienen que acarrear de madrugada. Veo como poco a poco el polvo se acumula en distintas zonas del jardín y la calle se ve cada vez más seca. La poca humedad necesaria para mi pequeño ecosistema va menguando año con año.


Una pequeñita que llegó a hacer nido, los colores son hermosos.

Otra de jardín, más común.


Mi ciudad, que puede ser cualquiera en el país, se enfrenta a una muy cercana crisis por el agua, es un monstruo sobrepoblado que consume todo mientras crece, el bosque de mi infancia hace años dejo de existir (mi niño interior no logra asumir que podamos desaparecer un bosque entero), hoy son colonias asentadas en cañadas, llenas de calles que no tienen ni rastro de los maravillosos árboles que vivían allí . 


Aquí ya libre sobre una maceta, empezando a explorar.

De estos solía haber muchos, sus colores son muy llamativos, pero son muy pequeños y a veces es difícil verlos.


Seré el extravagante sujeto de los bichos, seré de los pocos que lo ven, pero justo ese desagrado por la vida que no es linda según nuestros estándares, y el gusto por lo perfectamente limpio y desinfectado, ha provocado que nuestras casas sean cajas sobre superficies impermeables, haciendo muy difícil la vida que no nos gusta; llegamos a destruir bosques, poner planchas de concreto para cubrir su suelo fértil y construir casas que dejan fuera a los bichos, y construimos todo un sistema de tubos que alejen de nosotros lo que no nos gusta, nuestra porquería y la lluvia, esa que odiamos al salir del trabajo, esa que entorpece el tránsito. No sólo llegamos a destruir ecosistemas, no sólo asesinamos cientos de bosques con toda su diversidad, además cavamos nuestra propia tumba al vivir de una manera tan aséptica, al alejar a los animales que no nos gustan; al dejar que el agua de lluvia, esa que pinta de verde la ciudad, se vaya por el drenaje, impedimos el resurtimiento de los mantos freáticos, y al mismo tiempo nos condenamos.


Abundan y por las mañanas son muy escandalosos.

No son frecuentes, pero siempre son bienvenidos, son de mis favoritos.


El bosque que ya no es, desapareció hace no mucho, y casi seguro los que allí habitan no son conscientes de que hace muy pocas décadas existía. No es un bosque con esperanzas de resurgir, porque al despreciar a cada ser vivo y valorar nuestra comodidad por encima de la vida, hemos provocado un cambio en el mundo para el que ya no hay marcha atrás. El cambio climático es un hecho y no podemos hacer nada, principalmente porque muy pocos están dispuestos a cambiar su forma de vida, sólo nos queda esperar las consecuencias. Mientras, yo extraño el bosque, mientras, trato de salvar a cada araña, cada cara de niño, cada lombriz que veo en casa, y no dejo de preguntarme: ¿cómo le pido perdón a mi hija por haberla traído a este mundo que no tiene salvación?


De las más difíciles de fotografiar. Pero esta pequeña se metió a la casa y era urgente rescatarla antes de que los perros la encontraran.

Casi no se acercan a la casa, pero estaba herida y la recogí del patio.

La pesadilla de mis suculentas, se las devoran. Por fortuna hay una muy grande que soporta sus ataques, cuestión de cambiarlos de planta.

Este pequeño anduvo varios días merodeando por el patio, pusimos la trampa y cuando cayó fue liberado fuera de casa, cerca de la coladera.

El macho de la pareja, entre 9 de la mañana y 7 de la noche nos visita cada veinte minutos aproximadamente.


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