Santiago, In Memoriam

 Ana María Román Díaz
Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia.
Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria. Coyoacán. 04510. México, D. F.

Palabras clave: Médicos veterinarios, Semblanza, Historia

En 2001 me encomendaron auxiliar a las doctoras Graciela Gallegos y Joyce Blank, en sus investigaciones sobre historia de la medicina veterinaria mexicana; así comenzó una bella amistad.

Santiago era un gran amigo de ellas, de esta manera, iniciamos una gran amistad. Sus hijos se reunían en ocasiones a jugar con los míos, cuando coincidían en los pasillos de la Facultad.

Él pasaba muchas horas en la Biblioteca, ahí nos encontrábamos e iniciábamos una larga y amena conversación, no muy seguido, que me hubiera gustado mucho, pero Santiago decía, y con razón, que nos podíamos pasar días completos platicando, pero debíamos trabajar.

En 2015, coincidimos en el vuelo a un congreso a Costa Rica. Al llegar al aeropuerto ya lo estaban esperando, cómo íbamos juntos nos dieron el mismo trato, como de grandes personajes, un vehículo nos llevó a nuestro hotel, que no era el mismo al que iba Santiago. Hicimos amistades de congresistas por el hecho de que nos veían con él. Fue una hermosa experiencia observar y compartir el cariño y respeto que le profesaban. En 2018 volvimos a encontrarnos en Puebla en otro congreso internacional. Nos sucedió lo mismo. Tampoco estábamos en el mismo hotel, pero nos acompañábamos siempre. ¡Cómo olvidar ese delicioso chocolate con churros que nos convidaste! A pesar de estar lastimado por una caída que tuvo días antes, se mantenía su trato cálido, amable y muy considerado.

Fernando, mi esposo, y yo, asistimos en 2018 a la ceremonia en la que la Asociación Mexicana de anatomistas dedicó ese año de trabajo a Santiago Aja Guardiola. En la mencionada reunión, él narró su propia semblanza. En vida, Santiago me dijo que me autorizaba a utilizar toda su información y publicaciones; con ese derecho otorgado, con todo respeto y admiración, me voy a permitir a compartir con ustedes, estimados lectores, algunos fragmentos para que los que lo conocimos, sepamos un poco más y los que no saben quién es, sepan de un gran médico veterinario, anatomista, experto en primeros auxilios, homeopatía y, sobre todo, una gran persona, amigable, amable, solidario, creyente y compasivo.

Santiago: vas a estar por siempre en mi recuerdo y de mi familia que te conoció y apreció. Gracias por las vivencias y el aprendizaje. Me quedo con esas las últimas palabras que con gran tristeza escuché de ti al ser asaltado en tu domicilio, días antes de tu partida: Pase lo que pase, siempre confío en Dios.

Nací en la Ciudad de México un martes 14 de febrero de 1949, a la una de la tarde. Al nacer tenía signos de bronconeumonía y fui bautizado de emergencia por una religiosa de las Madres Josefinas.

La casa tenía una biblioteca envidiable, allí desarrollé mi pasión (hasta hoy interminable) por la lectura. Dicen que, un día, me di el gusto de recortar con tijeras varias láminas de un libro del pintor, dibujante y diseñador Alberto Durero.

La biblioteca era para mí un refugio de aventuras, de aprendizaje, de ciencia, de astronomía, de aprender a construir (y a destruir) todo un universo inconmensurable. También era un lugar donde esconderme de algunas travesuras que había hecho.

El día que hice mi primera comunión solo rompí dos macetas de un balonazo en la Delegación Apostólica ¡a quién se le ocurre regalarme un balón ese día!

Aprendí a leer y a escribir antes de cumplir los cuatro años y ayudé a decorar las paredes de la casa, hasta donde alcanzaba. Como mi abuelo Antonio tenía una carpintería y herramientas, desarrollé la escultura con ayuda de un martillo y un cincel, rompiendo las piedras de las columnas y paredes de la casa; en el kínder hice lo mismo, mientras me dejaron.

Estudié la secundaria en el Simón Bolívar. Siempre fui muy obediente. Tenía un profesor que le llamábamos Torquemada, con él había que hacer exactamente lo que salía de su boca. En una tarde, mi compañero de banca y yo conversábamos y el dicho y muy temido profesor, gritó enfurecido: ¡la última banca a la calle! Eso hicimos, inmediatamente la levantamos y la tiramos por el balcón del salón de clases… que justamente daba a la calle. Muy obediente siempre.

Varios de mis conocidos habían estudiado primero medicina veterinaria y después medicina humana y yo quería hacer lo mismo. Entré a la Escuela Nacional de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM; cursé una maravillosa carrera, pues la Escuela tenía (y tiene) una enorme importancia a nivel nacional e internacional. Fui distinguido como ayudante de profesor honorario.




Fui “retado” por la Dra. María Inés Izaguirre Romero a diseñar y crear el primer taller de anatomía veterinaria del país y Latinoamérica, el cual, sigue funcionando después de 50 años de actividades dentro y fuera del país.



Concursé para ayudante de profesor, luego para profesor de asignatura, profesor asociado y posteriormente profesor titular “C” de tiempo completo definitivo, por oposición. Fue durísimo, pero gané siete exámenes de oposición, incluso a personas más veteranas que yo y más aún, a tres docentes que habían sido mis profesores.

Tuve también el enorme orgullo de diseñar y crear en 1983, en compañía del Dr. Jorge Raúl Martínez Galindo y el Técnico Filiberto Ortega Lagos, el primer laboratorio de plastinación y museografía biomédica de Latinoamérica y México, en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de nivel internacional y orgullo de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Hice estudios de posgrado en la Universidade Federal de Minas Gerais en Belo Horizonte, Brasil, durante la última presidencia militar de aquél país, de donde salí corriendo con doctorado. Tardé 15 años en regresar, aterrado de miedo todavía por lo que había visto allí.

No ha sido nada, absolutamente nada fácil para mí llegar hasta aquí. Los que me conocen, saben todo lo que he tenido que aguantar para llegar a este día.

Un gran amigo, filósofo y escritor, escribió: 
“El hombre para serlo, necesita de un médico del alma: el sacerdote. Y necesita un médico del cuerpo: el médico. Pero, no puede prescindir del médico de la vida: el médico veterinario”. (Rafael Campos España, 1927-2004).



1 comentario:

Lourdes Aja Vaca dijo...

Hola Ana! Santiago era mi Papa y escuche hablar de ti muchas veces, pienso que nos conocemos pero al ser muy pequeña no recuerdo tu rostro, te quiero agradecer de todo corazón por tomarte el tiempo de escribir esto sobre mi papi, como tu dices era una persona muy muy buena , un ejemplo de como debe ser un buen componente de la sociedad , el queria mucho a sus amigos y seguramente tu tambien eras muy especial para el , gracias de todo corazón
Lourdes Aja.

Los más leídos