Paco Monroy
Después de ver generaciones y generaciones de alumnos frente a tus ojos (37 años dando clases son igual a 74 semestres o 148 hemisemestres) llegas a ver un poco más allá.
Por la posición que ocupan en un salón puedes predecir mucho de sus calificaciones y desempeño en la asignatura y a veces en la vida profesional.
Por ejemplo, hay alumnos que siempre ocupan el mismo lugar, pero otros cambian dependiendo del interés que les va generando un curso. Digamos que son adaptables a diferentes circunstancias.
Los que se sientan en el centro o en primera fila, justo dentro del principal campo de visión del profesor, suelen ir a clases porque están convencidos de lo que están haciendo, nadie los manda a la escuela y tienen seguridad en sí mismos. Esa posición implica, de hecho, un reto, "a ver pregúntame", parecen decirte y sabes que siempre levantarán la mano cuando preguntes o inclusive cuando no lo hagas. Lo difícil con ellos es continuar la clase sin una observación de su parte, "perdón profesor (siempre son muy respetuosos) pero yo leí algo diferente a lo que usted menciona (elegante y respetuosa forma de decirte mentiroso o simplemente ignorante)". Serán profesionales que cuestionen todo, pero podrán razonar cuando se les argumente de manera sólida y contundente. Son difíciles empleados para jefes torpes o inseguros, que siempre los verán con recelo y temor porque; en el fondo, saben que a pesar de su juventud, tienen conocimientos suficientes para avanzar sólidamente, lo que les será complicado por esa dificultad que tienen para acatar instrucciones y; menos aún, órdenes. Siempre serán mejores líderes que seguidores, aunque les cuesta mucho ser empáticos con los de la última fila (ya hablaremos de ellos) y eso los hace terminar siendo jefes exigentes.
Los que están cerca de la puerta están esperando el momento propicio para salir corriendo. No quieren estar ahí; porque, en el fondo, detestan lo que hacen o al menos esa clase y cayeron de rebote o por obligación al curso o a la carrera. A veces descubren que sí les gusta, pero tardan en reconocerlo. Se adaptarán a condiciones extremas de trabajo, aunque siempre serán inconformes. Con frecuencia se vuelven resentidos y sienten que podrían estar en otra parte, aunque no hacen nada concreto por cambiar su propio destino o les cuesta mucho trabajo hacerlo. Cuando encuentran su vocación, a veces de manera accidental, se redescubren y ven la vida de otro color, aún si tienen que trabajar en cosas que no tienen nada que ver con lo que estudiaron.
Los que se sientan junto a la ventana aman la libertad y sienten la escuela como una prisión, pero asisten con resignación. Miran el exterior con nostalgia y cuentan los minutos que faltan para salir, aunque aguantan estoicos la condena hasta el final. Cuando termina el horario de clase se asoman a la ventana y llenan sus pulmones de oxígeno. Como profesionales vivirán felices fuera de oficinas o edificios y preferirán mil veces limpiarle la caca a un elefante que estar detrás de un escritorio o escribir un oficio.
Los de hasta atrás aman asistir, se ríen de todos los chistes y disfrutan el trasfondo de la clase. Prestan más atención cuando el profesor deja de dictar y aprenden de anécdotas (que jamás olvidan) más que de apuntes (que jamás toman), no les vendría mal una chela en clase, para disfrutarla mejor y son los que te saludan con más gusto cuando te encuentran en los pasillos o en eventos fuera de la facultad. Te ven y te saludan, orgullosos, como diciendo: "¿Qué tal, nunca pensó encontrarme aquí verdad? Seguro pensaba que jamás terminaría la escuela". Y tienen algo de razón, aunque sabes que son los que tienen mayor inteligencia emocional, a pesar de que su promedio no haya sido, ni por mucho, de los más altos o que hayan repetido algunas materias y presentado varios extraordinarios. Es un hecho que aprovecharán las mejores oportunidades y que siempre aceptarán un nuevo reto (puesto laboral, cargo directivo, abrir nuevos horizontes) con gusto y hasta por diversión. Disfrutan la vida al máximo y aman la carrera.
Hay otros que parecen invisibles, no ríen de nada. No hablan con nadie, no preguntan y menos levantan la mano nunca. Son tímidos y a veces depresivos. Pero depresivos introvertidos, porque hay una modalidad de depresivos que son extrovertidos y solo escuchan música dark y sus tatuajes y piercings gritan que tienen depresión, pero en el fondo la disfrutan. No, los callados son los que me preocupan más. No sabes lo que pasa por su cabeza, pero te lo puedes imaginar, y nunca suelen ser cosas buenas. Si les preguntas directamente se vuelven más invisibles, casi transparentes y en el fondo te aborrecen por sentir que los exhibes, pero gritan en silencio por ayuda, aunque es difícil ayudarlos hasta que ellos decidan romper las barreras, cosa que no es fácil ni es frecuente. Suelen ser joyas desaprovechadas esperando a ser descubiertas y talladas por un experto. Un buen jefe los detecta y los apoya para ser pieza esencial de una organización. Siempre están tras bambalinas porque prefieren. Detestan los reflectores y se sienten muy incómodos estando en el centro. Bien encaminados pueden concluir maestrías y doctorados y ser científicos prominentes.
La posición privilegiada de ser maestro te da una visión casi astrológica de los alumnos o quizás me equivoque. Y tú, ¿te identificas con alguno?
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