Sarah G. Rosas.
Tuve la suerte de ser alumna del Dr. Santiago Aja; pero no como parte de un grupo. Fui ayudante de profesor o como él lo llamaba “profesora adjunta” en sus grupos durante algunos años. Pensé mucho sobre que debería de escribir, revisé su manera de enseñar y todo el conocimiento que transmitía en clase, pero mi mente siempre me llevaba a nuestras conversaciones posteriores, en la cafetería o pasillos de la Facultad. Cualquiera que busque su nombre en internet encontrará mucho sobre su mente brillante, su incursión pionera en la anatomía en México, encontrará infinidad de textos sobre él como un gran profesor y profesional, pero muy poco sobre la gran persona que fue; así que esto no será un recuento de sus logros, sino un agradecimiento.
Conocí al Dr. Santiago en un momento muy complicado de mi vida, era el primer grupo que el Dr. daba después de haber estado mucho tiempo fuera de la FMVZ. Antes de llegar a su salón de clases lo investigué y he de decir que llegué con temor. Alguien que sabía tanto, que es tan importante para la medicina debía ser muy imponente, probablemente muy estricto y yo en ese momento me sentía muy insegura. Para mi sorpresa encontré a una persona amable y sencilla, preocupado por un grupo de chicos que no habían logrado aprender lo suficiente para aprobar su primer intento cursando anatomía veterinaria I. Encontré a quien se convertiría en mi mayor apoyo durante la carrera. El primer grupo que dimos juntos era de solo 7 alumnos, pero cada semestre eran más y más. El doctor era una persona cálida que nos hacía sentir seguros en su clase. Tuvimos largas conversaciones sobre cómo captar la atención de un alumno, sobre cuáles serían las razones por las que habían perdido el interés. A él no le interesaba cuantos alumnos eran, ni que los chicos se sintieran presionados por pasar la materia, sino que se sintieran interesados por aprender y crecer como profesionales. Ese interés siempre me incluyó, cada que estuve a punto de renunciar él me recordó que valía la pena, que yo valía el esfuerzo. Cada que me sentí sola me hizo saber que él estaría ahí y así fue.
Él me formó como profesora pero también como persona, claro que aprendí muchísimo sobre anatomía veterinaria y me encantaría algún día ser al menos la mitad de buena docente lo que él era. Pero lo que más quiero en esta vida es ser tan solo un poco de la gran persona que fue. Espero algún día irradiar la misma calidez, dar la misma confianza y el mismo apoyo. Quiero poder hablar de mis errores y lo aprendido justo como él lo hacía. Espero algún día ser tan buena escuchando y siempre tener un buen consejo, porque quiero que me recuerden justo como yo lo recuerdo a él.
Y ahora me dirijo a usted, querido Dr. Santiago disculpe que aún ahora le hable de usted sabe que soy necia y no dejaré de hacerlo. Gracias por cada libro dedicado, por cada palabra de aliento, gracias por cada plática, por la confianza, gracias por todo el aprendizaje e impulso para crecer, pero principalmente gracias por su tiempo, por cada minuto extra dedicado a la gente que le rodeaba, por cada segundo que utilizó para dar ánimo, por cada día que creyó en mí y en todos sus alumnos, siento que aún había mucho que me faltaba aprender de usted. Espero sepa que estará siempre en cada paso que dé como profesional y como persona, porque gran parte de lo que soy hoy se lo debo. Esto no es un adiós, algún día nos volveremos a ver.
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