A 200 años de la novela Frankenstein de Mary Shelley


Blanca Irais Uribe Mendoza
Posdoctorante del Instituto de Investigaciones
sobre la Universidad y la Educación, UNAM.

ILUSTRACIÓN: GRECIA QUINTERO ALCÁNTARA

Introducción
En enero del año 2018 el mundo de la literatura celebrará el cumpleaños número doscientos de la novela Frankenstein o El Moderno Prometeo de la escritora inglesa, Mary Shelley. La celebración por el bicentenario de esta obra contempla actividades de diversa índole en las universidades del mundo. La Universidad Nacional Autónoma de México, por ejemplo, se prepara con un coloquio de carácter internacional en la Facultad de Filosofía y Letras dedicado al análisis literario, histórico y social de dicha obra. Es por ello que, dada la pluralidad temática de la revista Expresiones Veterinarias, resulta pertinente sumarnos a la celebración de esta obra haciendo un ejercicio de reflexión entorno a los elementos de la filosofía de la ciencia contenidos en esta novela. Dicha reflexión por sí misma no sólo invita a la lectura de la novela, también pone el dedo en la llaga respecto a los elementos intrínsecos del pensamiento científico con que la sociedad Occidental ha venido aprehendiendo, estudiando y explotando el mundo natural.
En principio, la obra Mary Shelley bien puede ser un texto introductorio a un curso de filosofía de la ciencia, la razón es que la obra plantea desde épocas muy tempranas (1817) una  crítica certera, sutil y mordaz a los problemas de carácter social y moral que habrían de enfrentar las sociedades industrializadas ante el desarrollo científico y tecnológico que experimentó Occidente desde el siglo XVIII. La crítica de Shelley incluso sigue siendo muy vigente en el siglo XXI, pues refleja nuestras preocupaciones, necesidades, problemas y miedos más arraigados ante la capacidad ilimitada de manipular e intervenir el mundo desde el ámbito de la ciencia y la tecnología. Capacidad que, por cierto, no nos ha garantizado aspiraciones humanas tan elementales como la felicidad, el amor, la paz, la bondad o la vida eterna. Por el contrario, parece que los monstruos de nuestro siglo (que no sólo están materializados en figuras aterradoras como Frankenstein) nos siguen causando angustia y preocupación ante la poca capacidad que tenemos para controlar los riesgos y las consecuencias del desarrollo tecnocientífico como el que hoy nos está llevando a una crisis ambiental. Por esta razón es que me atrevo a sugerir que la novela es un texto magnífico para introducir al lector a algunos de los temas que ocupan a la filosofía de la ciencia.

Robert Walton, el doctor Frankenstein y las “causas de las cosas”
Desde que aparece el primer personaje en la novela, es decir, el viajero Robert Walton, Shelley nos presenta a una figura masculina que viaja por el mundo dispuesto a encontrar “la explicación de las rarezas del mundo” en una parte del planeta jamás visitada (el polo norte), donde además de encontrar el secreto del magnetismo pretendía saciar una ardiente curiosidad por descubrir lo que llamó “las rarezas del mundo y el secreto de las causas de las cosas”. Para ello, nos narra Shelley, el viajero Walton estaba dispuesto a ser arrastrado y dominado por los peligros y la muerte. Incluso asume que la vida o la muerte de un hombre era poco precio por perseguir el dominio sobre “los enemigos elementales de la raza humana”, que en este caso puede interpretarse como la naturaleza agreste.
Este viajero metafóricamente representa el viaje hacia el conocimiento, pues dedicaba sus noches al estudio de las matemáticas, la física y la astronomía con el propósito de encontrar las causas de las cosas. En este trayecto el viajero Walton experimentó una profunda soledad y vacío, al punto en que por momentos ansiaba con fervor la calidez de la amistad ante la tristeza que le acompañaba permanentemente en aquel viaje hacia el conocimiento.
El personaje del doctor Frankenstein, por su parte, encarna a un hombre que en su juventud es descrito por la autora con un temperamento violento, de pasiones impetuosas y dedicado por entero a satisfacer su profundo deseo de saber y aprender de lo desconocido. Era, además, un hombre que no estaba interesado en conocer otros idiomas, ni las leyes de los hombres o la política, es decir, la ciencia de lo humano, pues lo que a él le importaba era “hallar los secretos del cielo, de la tierra, las sustancias de las cosas, el espíritu interior de la naturaleza, los secretos físicos del mundo, los misterios del alma humana, la circulación de la sangre, la naturaleza del aire, el dominio del trueno, la causa de los temblores de la tierra, de los principios de la vida y los poderes desconocidos para revelar el misterio de la creación”.
En ese sentido Shelley podría haber pensado al personaje del doctor Frankenstein como un dios creador, sólo que a diferencia de éste, el doctor era poseído por el deseo de penetrar en los secretos de la naturaleza. Secretos que buscó en Paracelso (1493-154), un destacado alquimista, médico y astrologo suizo apreciado por sus aportaciones a la química moderna, la creación de tratamientos con azufre y mercurio, la clasificación de elementos químicos como el cinc y la trasmutación del plomo en oro mediante procedimientos alquímicos. El doctor Frankenstein también era un lector de Alberto Magnus (1193-1280) quien fuera un sacerdote de la región de Baviera famoso por sus estudios en teología, geografía y filosofía, pero sobre todo, por sus aportaciones a la química, cuyo método se basó en la experimentación regida por la observación, descripción y clasificación, que es la base de la ciencia moderna. Otro importante autor que enseñó al doctor Frankenstein fue el físico Isaac Newton (1642-1727), de quien aprendió alquimia y principios físicos.
Entre todos estos autores –nos dice Shelley– el doctor Frankenstein buscó la fórmula alquímica de la piedra filosofal, el elixir de la vida, la eliminación, las enfermedades y la posibilidad de hacer al hombre vulnerable a la muerte violenta. Mis autores, advertía el doctor Frankenstein, “prometían la facultad de lograr grandes demonios”, pues en la química, la física y la mecánica habrían de encontrarse las causas de la naturaleza, el principio de la vida, la corrupción del cuerpo y la causa de la generación de la vida. Aquí vale la pena hacer una pausa y reflexionar sobre los criterios tan avanzados de Mary Shelley en torno a la capacidad de la física, la química y la mecánica para comprender y explicar el mundo y su funcionamiento. Pensemos, por ejemplo, que en el siglo XXI estas disciplinas han generado una verdadera revolución en la medicina humana, la reproducción humana, el sector agropecuario, la producción de alimentos, la industria de telecomunicaciones, entre otros.
Cabe mencionar que al igual que sucede con el viajero Walton, Shelley nos narra que la búsqueda por encontrar los secretos de la naturaleza le hicieron presa al doctor Frankenstein de una enorme infelicidad, abandono de la calma, soledad y temor. Estos sentimientos le llevaron al doctor a preguntarse sobre los deberes y las obligaciones de quienes, como él, eran capaces de crear obras como el monstro Frankenstein. Este aspecto es muy interesante porque en 1817, cuando Shelley tiene apenas 19 años, fue capaz de vislumbrar la preocupación que años más tarde tuvieron algunos científicos del siglo XX ante el uso de productos tecnocientíficos que comenzaron a poner en jaque a la humanidad, como la bomba atómica.

El Moderno Prometo
El monstruo Frankenstein o el Moderno Prometeo evoca el mito griego que describe cómo es que un titán, de nombre Prometeo, fue expulsado al mundo de los mortales tras robar el fuego a Zeus para darlo a los hombres. Este mito no sólo hace referencia al fuego como un elemento vital para la sobrevivencia humana, también se refiere al conocimiento que fue llevado a los hombres. Por otro lado, tanto el doctor Frankenstein como el monstruo, encarnan la capacidad del hombre para ir detrás del conocimiento, pero también los horrores que se esconden detrás de ello y que son propios de la condición humana, me refiero al odio, la sed de venganza o el egoísmo.
Es importante destacar que el monstruo Frankenstein representa el saber en el sentido platónico, o bien, como se describe en el Teetetos, en donde el conocimiento se da a partir de los sentidos, es decir, de lo que se ve, escucha, siente, huele y toca. En el Teetetos, Platón argumenta lo que considera la primera acepción de saber, que consiste en que el saber es percepción y tiene como objeto lo real. Para Platón, la tesis de que el saber es percepción y de que el hombre es la medida de todas las cosas, está centrada en la idea de que el universo es concebido como un conjunto de procesos que tienen el poder de actuar sobre otros procesos y de recibir su acción. Ahora, si uno alcanza la verdad acerca de algo, tampoco puede adquirir el saber relativo a ello, con lo que resulta que la percepción y el saber son dos cosas diferentes. El saber por definición tiene lo real como objeto, pero la realidad a la que se accede por medio de los sentidos carece del ser verdadero y permanentemente corresponde sólo a las formas, así que en la ausencia de las formas no será posible alcanzar una definición adecuada del saber. Por lo tanto, el saber no radica en las impresiones sensibles, sino en el razonamiento que nos permite alcanzar el ser y la verdad.
Bajo esta premisa puede interpretarse que cuando Mary Shelley narra la manera en que el monstruo Frankenstein descubre el mundo a través de sus sentidos (como la oscuridad, el frío, el temor, la pobreza, el lenguaje, la desgracia, la belleza, la luz y el fuego)  se pone en evidencia que la autora conocía muy bien las obras de Platón (cosa que no sorprende dado que su padre era filósofo) y que asumió la percepción de los sentidos como el principio del saber.
Por otra parte, la  idea de que el monstruo materializa los horrores de la naturaleza humana la podemos hallar en el hecho de que la criatura del doctor Frankenstein guarda un profundo odio y necesidad de venganza hacia su creador, debido a la tristeza que le provoca la soledad y el rechazo a la que es condenado a vivir por su apariencia física. Se aprecia, además, la manera en cómo es que el monstruo va a descubrir en su propia experiencia de vida la capacidad de los seres humanos quienes, sin ser físicamente monstruos, guardan deformidades de la naturaleza humana como el rechazo, la explotación, la bajeza, el egoísmo, la ruindad y el clasismo.

Consideraciones finales
La novela se aproxima al final con la siguiente línea: “—el monstruo Frankenstein le dice al doctor: —eres mi creador, pero yo soy tu amo”. Esta frase es reveladora de la manera en cómo es que los seres humanos vivimos el avance científico y tecnológico junto con el desarrollo material; y es que es evidente que la producción tecnocientífica que experimentamos en el siglo XXI nos convirtió irremediablemente en esclavos y dependientes de nuestras propias tecnologías, es decir, de nuestros propios monstruos. En esa dirección la novela de Shelley retrata muy bien la codependencia entre las sociedades industrializadas y el desarrollo tecnológico. Un tema que ha sido, y sigue siendo, ampliamente discutido por la filosofía de la ciencia.
La novela, asimismo, presenta una crítica severa que, envuelta en genialidad y fantasía, no deja de ser menos cierta respecto a los riesgos y las consecuencias impredecibles e incontrolables que acompañan al desarrollo científico y tecnológico. Sobre todo cuando la naturaleza de los seres humanos se viste de una curiosidad soberbia para encontrar las causas de las cosas, o cuando nos interesa penetrar en los secretos de la naturaleza, del mundo físico o del origen de la vida, más que en las propias ciencias de lo humano.
Por último, la autora parece insistir en mostrarle al lector que si bien pueden encontrarse las causas verdaderas del mundo o los secretos de la naturaleza, la condición humana sigue necesitando cosas tan elementales como la calidez de la compañía, la amistad, el amor, la aceptación, la familia o la felicidad. Cosas que, evidentemente, no se preservan o no se alcanzan a pesar de lo mucho que podamos avanzar en la ciencia.

Con esta breve reflexión Expresiones Veterinarias podrá sumarse a la celebración de una obra que marcó a la literatura universal, y que sigue formando parte de nuestro inconsciente colectivo en el momento de imaginamos la monstruosidad humana.   


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