La Súplica

Eduardo D. Infante F.

La pertinaz lluvia golpea rítmicamente la ventana del despacho del arquitecto Paulino Grats quien la escucha y ve caer con la actitud del cazador que acecha a su presa, pero el arquitecto Grats no está cazando, su mente estar desconectada del mundo y está en blanco.

      Son las 8 de la noche y es viernes, sus empleados se fueron hace 2 horas a hacer lo que hacen los empleados los viernes por la noche. Hace una hora su socio Remigio lo invitó a ir a tomar un trago pero él se negó, -Bueno que pases un buen fin de semana - dijo antes de cerrar la puerta tras él.

      La lluvia parece amainar y el arquitecto Paulino ve el teléfono sobre su escritorio, no decide que hacer, por un lado está el deseo de verla, su necesidad de escucharla; por otro su orgullo herido por las fuertes palabras que le dijo la última vez se vieron.

      Sin saber que hacer se levanta toma su saco y el abrigo, sale apresurado, cierra la puerta con violencia y algunos papeles que están sobre el escritorio parecen huir y se refugian en algún rincón del despacho; al salir del edificio de Construcciones El Arco ha escampado y eso provoca una sonrisa en el arquitecto.

      El tráfico es abundante pero fluido, la mayoría de los autos llevan parejas de enamorados a hacer lo que hacen las parejas de enamorados los viernes por la noche.

      Paulino, el arquitecto triunfador, el hombre que siempre encuentra la forma de resolver los problemas, en este momento no sabe que hacer; ir a buscarla, llamarle, o esperar a que ella recapacite y regrese, por lo que mientras conduce se repite la única pregunta para la que ni tiene respuesta: “¿porqué se fue?”.  

      Al llegar a su departamento lo siente enorme, frío y vacío, en la cocina no lo espera nadie para darle de cenar y eso le produce un dolor que nunca había sentido, así que decide irse a la cama sin cenar. Al día siguiente busca la ropa para ir al gimnasio y no la encuentra, tiene hambre y no sabe qué hacer para desayunar; en su cabeza la misma pregunta se repite una y otra vez: “¿Porqué se fue?”.

      Después de comer algo en el restaurante de la esquina regresa al departamento y se da cuenta de que no sabe nada del lugar que habita desde hace dos años, se pasa toda la mañana abriendo puertas y cajones por toda la casa; descubre cosas que nunca ha visto, como el área de lavado, el lugar en donde se guardan latas, cajas de cereal, botellas con diferentes contenidos, ve por fin de donde salen los sartenes, ollas, platos y tazas; se da cuenta que lo único que conoce a la perfección es el pequeño bar que tiene en un extremo de la sala junto a la puerta que da acceso a la terraza, se sorprende de tener tantas cosas e ignorar su existencia.

       Por la tarde come en el restaurante y al regresar la pregunta persiste en su cabeza: ¿Por qué se fue?, pero está vez si tiene una respuesta:-Me tragaré mi orgullo- dice para sí en voz alta mientras se cambia de ropa- le pediré perdón y le suplicaré que vuelva-.

       Mientras conduce busca las palabras para convencerla de que regrese, él la necesita y está dispuesto a hacer lo que le pida para que no vuelva a dejarlo; en diez minutos está ante la puerta de una pequeña casa en una unidad habitacional que su compañía construyó, con decisión llama a la puerta y espera. Pronto  abre una mujer como de 60 años, un poco excedida de peso, con el cabello gris sujeto en una gruesa trenza que cae por su espalda y que al verlo sonríe de forma espectacular.

       Él al verla queda mudo, tal vez esperaba ver a otra persona, como la mujer es de baja estatura y el arquitecto muy alto observa por sobre su cabeza intentando ver si hay alguién más dentro de la casa, pero no hay nadie, al confirmar que están solos regresa la mirada a la mujer que lo mira sorprendida y antes de que ella pueda decir algo el arquitecto Paulino Garts se arrodilla y grita:

      -Nana, por favor regresa-. 

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