El Güero

 MVZ Agustín Guevara Romero

Nos reuníamos en los pasillos los cuates de la palomilla, ya habíamos jugado la cáscara, todos sudados y llenos de polvo, yo estaba recargado sobre la guarnición de varillas que rodean el prado, empecé a sentir en una de las manos la humedad tibia de su lengua, yo la quitaba y él insistía en seguir lamiendo mi mano.

- ¡Sáquese pinche perro! – Lo amenazaba con el puño de mi mano y me la limpiaba en el pantalón terroso - ¡Sáquese perro! - Le gritaba

Corría para el otro lado del jardín y regresaba a querer lamer mis manos, movía juguetón la cola y brincoteaba de un lado a otro. Yo pensaba entre mí, “pinche perro ¿qué le pasa?”.  Y yo seguía con mis amigos platicando y echando relajo entre nosotros, de nuevo ahí viene el pinche perro.

Tomé una piedra y se la arrojé para pegarle, pero tan ágil resultó que la piedra siguió su trayectoria con rumbo desconocido sin haber acertado en su cabeza.

- ¡Pinche perro, se movió y no le di! – exclamé a los cuates. Estos se carcajearon burlándose de mí por mi mala puntería, ellos eran Alejandro Morales, el Mejoral, Alfredo, el Peluco, Jorge, el Botas, y Víctor el Panzón su hermano.

- ¡Jajajajaja! Se rieron de mí por no atinar siquiera a las patas.

Un perro peludo, amarillo, caminaba renco, porque una de sus patas traseras estaba lastimada, - un golpe viejo- su mirada era amigable a pesar de ser corrido de todos lados, sus ojos color marrón brillaban con el sol parecían luces y sus orejas erguidas siempre moviéndose para todos lados percibiendo toda clase de sonidos, era pachón con mucho pelo que le crecía del cuello hacia la cabeza que le daba la apariencia de melena de león.

Un día de los días, hubo una fiesta en mi casa, no recuerdo de quién fue el cumpleaños, pero hicieron mole con pollo y un pastel de tres pisos hecho por mi mamá Conchita, con merengue de limón, sí, lo recuerdo muy bien, el sabor del pan de casa, mermelada de fresa y merengue de limón, toda una delicia, recuerdo que había invitados, yo digo que muchos, de momento no recuerdo quienes estaban, pero la fiesta estaba a todo dar. Recuerdo a mis primos de la Sánchez, mi tía Cira, mis padrinos Martha y Jesús, no sé quién más, pero sí hubo mucha familia.

Al otro día hubo mucha comida que sobró de la fiesta y esta sirvió de recalentado, y lo más sabroso el pastel que aún estaba ahí vivo, tenía aún un 30 por ciento de su existencia, así que debía tomar una rebanada, a ver si para la cena hay un pedacito para mí. Del mole solo quedaron los huesos del pollo y esos huesos los destiné para dárselos al pinche perro que ya para entonces tenía su nombre, El Güero.

- Mamá esos huesos se los voy a dar al Güero, no los vayas a tirar a la basura. 

- Le dije a mi mamá, al mismo tiempo que tomaba una bolsa de papel para meter ahí los huesos de pollo.

Bajé corriendo con la bolsa con huesos para buscar al Güero y dárselos. El perro me vio y muy contento movía su cola oliendo lo que yo traía entre manos, descubrió entonces un verdadero manjar, parecía que no había comido en meses, estaba hambriento, acabó con los huesos, que después me buscaba en las manos a ver si no traía un huesito más para darle. 

Bueno pues ese fue el motivo para que el pinche perro ya no me dejara, me adoptó o yo lo adopté, no sé, pero él se convirtió en mi perro, en mi guardián, él me seguía a todos lados, si iba a un mandado, me seguía muy contento, si iba a tirar la basura me acompañaba, si me mandaban a comprar el pan, iba conmigo siempre, inseparable, fiel, y yo siempre alegre con mi perro, aunque este perro se quedaba afuera de la casa, porque no me dieron permiso de tenerlo dentro, así que el Güero se queda en quicio de la puerta echado, y ahí se dormía.

Un día de los días, se oyeron que rascaban en la puerta, abrí y voy viendo al Güero con cara de mustio, moviendo la cola y a un lado de él había otro perro, ¡sí! otro perro, un perro color oscuro flaco, se le notaban las costillas por flaco, de cabeza aguzada, su talla era impresionante parecía un Dóberman corriente, su pelo entre dorado y café, y sus orejas gachas, era un perro noble humilde, lo contrario del Güero, movía la cola como si le diera vergüenza mostrarla.

- ¡Qué pinche Güero!, ¿y ahora? – con sorpresa le pregunté, como si deveras me fuera a responder.

- ¿Me traes a tu carnal? ¡No inventes! –exclamé.

En eso se acerca mi mamá Conchita, observando a semejantes invitados -¡ahora sí estamos lucidos! –Exclamó mi mamá.

- Ahora ya me vas a traer a tu familia y vas a querer más comida ¿verdad Güero?

Mi mamá Conchita siempre fue muy considerada con los animales, no importaba si fuera de raza o no, ella siempre ha sido muy considerada y amante de los animales.

Había un poco de comida que ya no se iba a utilizar y me la dio mi mamá. A ella siempre le han gustado los perros además de ser muy sentimental y humana; así que me dio comida para los dos, no era mucho así que la dividí en dos partes iguales.

- Ten Güero, come – le di su ración al Güero.

- Ten tú flaco o como te llames. – Le acerque la otra ración al perro flaco.

El Güero se tragó casi de un bocado su ración y ya quería quitarle al otro su parte, así que el perro flaco le cedió su ración al Güero y este para pronto que se atasca y casi no le dejó nada al flaco.

- ¡Con razón estás bien flaco, todo te lo quita este pinche perro abusivo!

- A ver, ten un poco de esto que queda y te lo comes porque no hay más. –le dije al flaco y quitando al Güero para que no le quitara su pequeña ración. Solo así pudo comer un poco de alimento ese día el perro flaco.

Después de ese día los dos perros se convirtieron en mis guardianes, me cuidaban, me acompañaban a todos lados, en fin yo tuve que guardar un poco de comida para darles si no diario, si les daba cada tercer día y se ponían felices, más el Güero que era el más tragón ya que ese defecto fue su fatalidad, fue su trágico destino  que más adelante les contaré.

Estando con la palomilla después de haber jugado una cáscara, estaban los perros junto a nosotros y noté al perro flaco un defecto en su mirada, estaba bizco, tenía sus ojos orientados hacia el centro de su cara, se veían raros, así que le pusimos por nombre “Bizcochón”.

Desde el primer momento el Bizcochón aceptó su nombre porque de inmediato al nombrarlo éste volteaba o se dirigía con quien lo llamara por ese nombre tan insigne para este perro.

Un día de los días mi mamá me mandó a traer el pan, había que caminar una distancia de tiempo como de diez minutos hasta llegar a la panadería La León, me gustaba ir a esa panadería porque estaban ahí trabajando unas chicas muy lindas Rosita y Concha, con las que me atrevía a sonreír a mis quince años.

Esa tarde iba de camino a la panadería y en el trayecto me topo con unos fulanos que me querían quitar mi dinero.

- Chavo, ¿que traes? – me inquirió uno de ellos, más alto que yo y mugroso.

- Nada- les dije-¡¡ no traigo nada!!

- A ver ¡presta las bolsas! – en eso mis dos perros se aparecieron detrás del fulano ese y les ladraron, a lo que salieron corriendo y el Bizcochón fue el que los correteó.

Se regresó muy ufano y contento moviendo la cola en expresión de haber ganado la batalla.

Bueno pues fui a la panadería, los perros me esperaron afuera y me regresé muy seguro con mis perros, desde ese entonces aumenté las raciones a cada uno y más para el Bizcochón que fue el más aguerrido en mi defensa. Pues el Bizcochón después de unos días fue adquiriendo más fortaleza y se veía más robusto, en realidad parecía un perro de raza tipo dóberman.  Era de una fidelidad inquebrantable, por demás obediente, no necesitaba que se le enseñase las órdenes, ya era obediente porque así lo hizo Dios, y digo que así lo hizo Dios por su seguridad, dado que era muy reservado y cuidadoso al comer, eso le salvó la vida.

Así iban pasando los días de mi adolescencia, jugando con los cuates de la unidad 4, la U-4 así le llamábamos a los multifamiliares de la Jardín Balbuena. Había algo así como temporadas en los juegos y para recordar, a principio de cada año era jugar con los patines que traían los reyes magos y santa clos, a casi todos nos traían ese par de zapatos con ruedas de acero, los Remignton eran los buenos, otros chavos con su patín del diablo y a otros la bicicleta, todos estrenando juguetes, otra temporada más adelante en el tiempo era jugar canicas y rayuela, matatena, yo era muy vago para las canicas, tenía mi “tiro” todo cascado amarillo, era la canica favorita y con esa ganaba y ni como apostarla, valía un tesoro. Para otra temporada era lo más bonito, jugar en equipo al burro 16 y los encantados, nos olvidábamos de los patines y la bici; otro tiempo era de jugar cáscara o tochito; las niñas se enojaban porque nos reíamos de sus muñecas polvosas y nos insultaban a su modo. Paty Marín se enojaba tanto que nos decía - ¡Idiote! Porque por alguna razón quizá religiosa o tabú de orden prejuicioso educacional de su casa no decía idiota a los chavos (varones) jajajaja, me daba muchísima risa. Paty era amiga de mi hermana Mari y se juntaban con Araceli y la Maye si mal no recuerdo.

En el multifamiliar había grupos de chavos o palomillas comúnmente llamada pandillas en el edificio 1 estaban los Yucas, yo creo que, por feos y cabezones, en el edificio 2 estaban los del Mao, con ese cuate me di algunas veces de trompones en una de esas creo que fue la última le saqué el mole; en el edificio 4 nos juntábamos los Osos, y ¿quién creen que eran los Osos? Mi hermano y yo; en el edificio 6 estaban los Tatemones, eran unos hermanos con los que también nos peleábamos, pero también con ellos jugábamos la cáscara, había mucha rivalidad entre estas pandillas, no había que dejarse y mucho menos rajarse; cuando había pleito con los de la colonia de enfrente que era la Moctezuma, entonces sí todas las palomillas se juntaban en defensa de la unidad.

Pues debido a que adopté al Güero, este se hizo famoso entre tanta palomilla y era respetado junto con el Bizcochón y todos sabían que era mi perro.

- ¡Oso, Oso, mira al Güero anda dando lata! ¡ya llévatelo! –me gritaban para llevarlo a mi casa.

El Güero corría por aquí y por allá, era muy inquieto, y ya se había adueñado de la unidad, de modo que corría a perros intrusos y los correteaba, sin embargo, el Bizcochón se quedaba echado como real sultán con sus brazos cruzados saboreando el sol de mediodía. Ese Bizcochón era muy tranquilo, pero un día vino otro perro intruso y atacó al Güero. ¡No lo hubiera hecho! El Bizcochón se fue sobre ese perro y lo atacó y correteó hasta sacarlo de la unidad, era en verdad un excelente perro, nunca olvidaré su fidelidad a su amigo el Güero y más a los que le daban de comer.

Un día de los días, fuimos a visitar a mi abuelita Concha, que vivía en la colonia Gertrudis Sánchez, ahí vivían mis primos y mi tía Cira, una mujer alta, robusta de ojos claros y muy guapa, siempre con su sonrisa y me abrazaba con mucho cariño. Ella tenía una perrita pequeña, del tipo pequinés de pelo largo alaciada de color blanco con manchas cafés. A esa perrita le nacieron cachorritos muy bonitos, todos blancos con manchas cafés y mi tía Cira nos regaló una perrita muy bonita, ese día nos la entregó de un mes de edad.

Cuando regresamos a la casa, subimos hasta el tercer piso, donde vivíamos, nos iba siguiendo el Güero. Algo terrible pasó, un cambio repentino en el comportamiento del Güero; noté su aspecto desconfiado y sus movimientos eran rápidos denotando angustia y no sabía qué hacer, hasta que decidido, dio media vuelta y se bajó corriendo, desde ese momento él se olvidó de mí, no lo pude recuperar, el Güero se fue y ya nunca regresó por sus huesos ni siquiera a pararse a ver si yo iba al pan para que me acompañara, ya no regresó; sin embargo; el Güero persistió en vivir en la unidad junto con el Bizcochón. Yo lo veía y le llamaba por su nombre y no respondía a mi llamado, incluso le traía alimento y no lo quiso, me “mandó por un tubo”, olió la presencia de la intrusa, los celos lo cegaron, él sabía que era el único, mi silencio de ese momento lo alejó.

El Güero se volvió agresivo y les ladraba a casi todas las personas, creo que mordió a alguna de ellas, el Güero tenía mucho coraje, y aunque me miraba, a mí no me agredió nunca, solamente me ignoraba y su comportamiento seguía agresivo.

Un día de los días, había mucho revuelo entre los chavos de la unidad, se escuchaban muchas voces de niños y amigos.

- ¡Oso! -Me llamaban para que saliera a la ventana.

- ¿Qué pasó?- Les respondí

- ¡El Güero está muerto! –gritaban todos.

Pues que salgo corriendo a ver al Güero y recuerdo a mi mamá Conchita también detrás de mí.

Sí, efectivamente estaba muerto, su cuerpo estaba tirado en uno de los corredores de los edificios.



El Güero y el Bizcochón.
Las imágenes solo son parecidas a los ejemplares originales. No se cuenta con alguna imagen de ellos.

Quedé atónito, no supe que hacer, entre varios de los cuates lo llevaron a enterrar cerca de la unidad y pusieron una gran piedra sobre su tumba para que otros perros no escarbaran y se lo comieran.

Fue muy triste porque al Güero lo envenenaron debido a su agresividad, le dieron pollo con veneno, el cual no se comió todo, como tenía a su amigo el Bizcochón, le convidó un poquito, así que el Bizcochón también resultó intoxicado, aunque no murió, la prudencia de este perro le salvó la vida.

Algo que estimuló mi sensibilidad, fue el hecho que el Bizcochón estuvo echado muchos días sobre la tumba de su amigo el Güero, aullaba y lloraba de dolor por la ausencia de su amigo el Güero, estaba solo. Ese fue el motivo para que la tía del Neto, uno de mis amigos lo adoptara. La señora lo llevó al veterinario y fue muy bien atendido. Poco tiempo después, el Bizcochón iba a la puerta de mi casa y con sus patas rascaba y le abrimos la puerta, moviendo la cola nos saludaba y lo que quería era una caricia y no tanto por alimento, porque él ya lo tenía asegurado. Consideramos su comportamiento como gratitud, sólo iba por una caricia y se regresaba a su nueva casa; nunca voy a olvidar a estos perros. La nobleza y carácter de ambos perros y sobretodo la humildad y la prudencia del perro amigo del Güero.

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