Eduardo D. Infante F.
A mediados de los años 60 era tradición en mi familia que los hijos; solo los hijos, fuéramos a pasar las vacaciones de Mayo al rancho de la abuela. Este año no recuerdo porque me tocó ir solo. Por ser vacaciones de medio año, los maestros tenían la pésima costumbre de dejar tarea. Este año me tocaron quebrados.
Cierta tarde estando yo en plena lucha por resolver unos quebrados mixtos, llegó a la sala donde tenía mi campo de batalla particular, la gata gris a quien mi abuela llama "Gato"; y yo bauticé como Perla, llevando en el hocico un pequeño ratón. A su lado camina como en un desfile una versión, en miniatura, de la Gato tratando ocasionalmente de atrapar la cola del roedor.
Cuando la gata llegó al centro de la sala; lejos de cualquier posible escondite para el ratoncito, lo puso en el piso y esperó. En ese momento me olvidé de los quebrados y me concentré en la lección de mamá gato.
El pequeño minino adoptó la posición de cazador cuando el pequeño roedor empezó a moverse. Al ocurrir esto; el gatito saltó sobre él, pero falló. Antes de que escapara, Perla; con un rápido y certero zarpazo, lo detuvo. Después le dio dos o tres golpes que lo atarantaron y; cuando estuvo listo, lo dejó a disposición de su cachorro.
Esta acción se repitió varias veces; y en todas, el mini cazador salió victorioso hasta que el roedorcito murió. En ese momento la felina madre tomó el yerto cuerpo y fue a echarse junto a la puerta en donde pega el sol, y ahí madre e hijo se lo comieron.
Por cierto, en esta ocasión los quebrados salieron victoriosos.
FIN
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