M.V.Z.
José Eugenio Villalobos Guzmán
La
Compañía de Jesús fue una orden religiosa fundada en Francia en
1534 por el español Ignacio de Loyola (su verdadero nombre fue Íñigo
López de Recalde; cambió su nombre “por ser más común a las
otras naciones” o “por ser más universal”). Loyola fue un
militar, quien, tras resultar herido en una batalla contra los
franceses, tuvo que permanecer en reposo por la gravedad de sus
lesiones; durante este tiempo de recuperación comenzó a leer obras
religiosas y de ahí decidió dejar las armas y seguir el camino de
la fe.
Su
labor como religioso coincidió con la época de la Contrarreforma, a
la cual se dedicó a combatir declarando su total apoyo al papa,
siendo la creación de la orden de los jesuitas, una de las medidas
para hacer frente a este movimiento reformista. Loyola murió en
1556, y para 1622, la obra espiritual que realizó lo llevó a ser
nombrado santo por el papa Gregorio XV.
Llegada
al Nuevo Mundo
Uno
de los objetivos principales de la orden de los jesuitas fue difundir
el mensaje cristiano en los territorios recién descubiertos durante
esos años.
Integrada
por personas dotadas de un gran conocimiento y un método de
enseñanza efectivo, la orden llegó a la Nueva España en 1572
precedida de una buena fama; en un inicio los franciscanos, y
posteriormente las autoridades virreinales, solicitaron la llegada de
esta orden religiosa a estas tierras.
Tras
dos años de haber llegado al territorio colonial, los jesuitas
comenzaron con la creación de centros educativos. En la Ciudad de
México se fundaron los colegios de San Pedro y San Pablo; las obras
se llevaron a cabo con donaciones que los religiosos solicitaban a
las personas que tuvieran muchos bienes y no tuvieran herederos,
principalmente; pero la petición se hacía para todos quienes
quisieran apoyarlos. Tras el buen resultado de estas instituciones,
posteriormente surgieron el de San Bernardo y San Miguel, mismos que
con el tiempo darían paso al Colegio de San Ildefonso, el cual se
convertiría en el más importante de la Ciudad de México.
A
estos centros de educación accedían principalmente aristócratas,
aunque también se impartía enseñanza a jóvenes de bajos recursos;
incluso para las castas había modalidades de instrucción. En estos
centros de estudio se trataba la gramática latina, lógica,
matemáticas, ciencias físicas y teología, entre otras. Aunque es
relevante citar, que la obra de estos frailes no se quedaba
simplemente en impartir educación, sino que apoyaban a las personas
de las comunidades para que aprendieran oficios, entre otras obras
humanitarias que realizaban ellas, esto les ganó la simpatía de
muchos; inclusive se señala que, en Pátzcuaro, San Luis Potosí y
algunas poblaciones del actual estado de Guerrero hubo
manifestaciones de inconformidad ante la medida de expulsarlos de los
territorios españoles en 1767.
Interés
de Vasco de Quiroga
Otro
de los personajes que en su momento estuvo interesado en la llegada
de la orden religiosa fue Vasco de Quiroga, quien incluso mandó a
España a Diego Negrón, chantre de la santa iglesia de Michoacán,
para que procurara la venida de los jesuitas a su diócesis; sin
embargo, durante su llegada murió Ignacio de Loyola, y ante esta
situación no le fue posible tener una oportunidad para establecer su
pretensión. Tiempo después, el mismo Vasco de Quiroga viajó a
Cádiz y decidió ver a Diego Laínez, quien había quedado al frente
de la Compañía tras la muerte de Loyola, y consiguió que les
asignara a cuatro jesuitas para que regresaran con él a Michoacán;
pero lamentablemente para los planes del religioso, los cuatro padres
enfermaron tan gravemente que no pudieron viajar hacia el nuevo
mundo. Finalmente, Vasco de Quiroga moriría tiempo después -en
1565-, sin haber conseguido su propósito.
Las
Haciendas Jesuitas
La
Compañía de Jesús no solamente obtuvo un papel preponderante
dentro de la educación en la Nueva España, sino que sus propiedades
y bienes acumulados eran de los más prolíficos entre las órdenes
religiosas de toda la colonia.
Entre
sus propiedades destacaban las haciendas, las cuales eran adquiridas
por donaciones de algunos hacendados, a quienes les interesaba que
llevaran instrucción a esos lugares y les ofrecían tierras; otras
llegaban a sus manos mediante concesiones hechas por los cabildos, y
también, se conseguían mediante las aportaciones que hacían
clérigos o miembros de la misma institución; entre otras maneras de
obtención.
Estas
haciendas estaban bajo el cuidado de los colegios, éstos eran los
encargados de nombrar un administrador, y a su vez, el rector de
dicha institución era quien supervisaba el trabajo de estos
encargados. En este ámbito, los jesuitas se distinguieron como
excelentes administradores, y su disciplina era tal, que redactaron
las llamadas Instrucciones
a los hermanos jesuitas administradores de haciendas,
donde especificaban cómo se debía realizar la contabilidad, la
forma correcta de llevar los libros, la manera en que debían
sembrar, cuál era el mejor momento para ello y también hacían
recomendaciones para el buen trato a los trabajadores. También hay
que recalcar que varias de sus propiedades se arrendaban para su
producción.
Entre
las principales haciendas, de las que se señala eran 123 en la Nueva
España, estaban la de San Pablo, San José de los Carneros, Amaluca
y San Lorenzo, en Puebla; Santa Lucía, San José Acolmán y Nuestra
Señora de la Concepción Chapingo, en el actual Estado de México.
En
el Obispado de Michoacán estaban La Magdalena, San José de la
Huerta, Chapultepec y La Tareta, en Pátzcuaro; la de Cabras y San
Bernardino Chapitiro, en Tlalpujahua; también estaban la de
Queréndaro, Parangueo y San Javier; La Cucha, se ubicaba en
Tiripetío; la de Tzipimeo, en Zacapu. Los Naranjos se encontraba en
Indaparapeo, y en Valladolid, estaban San Bernardo, San Antonio, San
Joseph de Zinzimeo y San Isidro Chapitiro.
Las
actividades económicas de estos lugares eran la agricultura, las
labores de los ingenios, molinos, casas de trasquila, entre otros;
sin embargo, la venta de ganado menor y mayor fue la que les
proporcionaba mayores ganancias.
La
cría de animales para sacrificio para sus carnicerías y curtidurías
se complementaba con la venta de ganado vacuno y equino; entre este
último grupo se destaca el del comercio de mulas.
Las
Mulas, Elemento Fundamental
Dentro
del entramado productivo de las haciendas de estos religiosos, las
mulas se erigieron como el eje fundamental. Su estructurado sistema
de abastecimiento, tanto de mercancías como transporte, creaba
efectivas conexiones entre ellas, donde este animal de carga además
de aportar ganancias por su venta, también se establecía como un
vehículo de transporte insoslayable.
Este
importante elemento aportaba a las haciendas jesuitas ventajas
enormes: para empezar, no tenían la necesidad de adquirir mulas para
formar sus hatajos y movilizar los productos u optar por contratar
servicios de transporte, ya que la mayoría poseía sus propias
recuas. Eran autosuficientes en el transporte porque en varias de sus
haciendas la cría de ganado mular les evitaba adquirir animales, que
cabe destacar en ese entonces mantenían un precio muy elevado.
Otro
de los puntos a favor era que tenían asegurada la circulación de
mercancías entre sus haciendas, dotando de productos faltantes a
todas aquellas propiedades que carecían de alguno en particular;
también el evitarse pagar por la renta de mulas les daba la
facilidad de buscar los mejores mercados para vender sus productos,
sin la limitante de detenerse a pensar en la distancia que tenían
que recorrer entre los puntos de venta, entre otros obstáculos. Y
por último, al ser ellos mismos quienes enviaban sus hatajos con
carga, les aseguraba un mejor control sobre ésta.
Producción
en Haciendas
El
número de animales que integraban los hatajos de las haciendas
variaba de una propiedad a otra, en el caso de la de San José de los
Carneros, en el estado de Puebla, poseía una recua de 5 animales que
se usaba para transportar maíz y sal; otro ejemplo es la hacienda de
San Pablo, situada al Oriente de la ciudad de Puebla, la cual alcanzó
la cifra de 50 animales en el siglo XVIII, por lo que en cierto
momento se dedicó al negocio del trasporte de mercancías entre la
región del Altiplano y Veracruz, aunque no duró mucho tiempo.
Otros
casos eran las propiedades de Amalucan y San Lorenzo, las cuales
producían cereales y pulque, y con sus mulas no sólo transportaban
sus propias mercancías, sino que apoyaban en la movilización de
productos de otras haciendas ubicadas en la región poblana, a la
altura del volcán de La Malinche.
La
Crianza de Mulas
En
las haciendas de la Compañía de Jesús donde contaban con recuas,
el número de animales oscilaba entre 25 y 40, y en algunos casos
menos como ya observamos en el apartado anterior; sin embargo, no
todas tenían pastizales y forrajes para alimentar a sus mulas. Esta
situación hacía que los animales fueran llevados a propiedades
donde hubiera el alimento disponible para cubrir esta necesidad.
En
este aspecto, uno de los casos destacados es el de la hacienda de
Santa Lucía, ubicada en el valle de México. En este lugar la
actividad preponderante era la crianza de burros, caballos y mulas;
ahí producían cebada especialmente para la alimentación de estos
animales.
En
sus inicios, esta propiedad criaba mulas solamente para cubrir las
necesidades internas, pero paulatinamente la producción de esta
especie fue aumentando, hasta convertirse en una actividad orientada
a fines comerciales.
Para
1764, esta posesión jesuita contaba con 136 burros de varios tipos y
edades, 7,349 caballos, entre yeguas, caballos cerriles y garañones;
y también tenían 1,329 mulas. De los animales que se vendían, la
mayoría encontraba salida entre los propios trabajadores de las
haciendas, y lo restante se vendía por fuera.
Arrieros
y Salarios
En
las propiedades de los jesuitas, la mano de obra de peones,
sirvientes, trabajadores especializados en algún oficio (como
carpinteros, herreros, albañiles) recibía un pago por su trabajo;
aunque en relación a los trabajadores temporales que eran
contratados durante los meses de la siembra y cosecha, se encontró
que en algunos casos no se les otorgaba un salario, sino que se les
pagaba de otra manera, tal como lo afirma el autor Bernd Hausberger
en su libro Miradas
a la misión Jesuita en la Nueva España,
en el que cita: “Cuando la Audiencia de Guadalajara ordenó que
también los misioneros pagaran a los indios, estableciendo el jornal
en 2 reales y en 2 ½ durante la época de cosecha, los jesuitas
protestaron ante todas las instancias posibles. No se llegó a nada
claro y en las misiones se continuó sin pagar nada, ‘a la manera’,
como había dicho el padre Francisco Javier de Faria en 1657, “que
un padre no asienta salario como sus hijos, porque esto sería
tratarlos como extraños”.
Por
lo tanto, en las misiones solamente ciertos empleados como el
administrador o “vaqueros, arrieros, sabaneros, pajes y otros
sirvientes así de la iglesia como de casa” recibían salarios, que
se pagaban, como en las minas, normalmente en mercancía, sobre todo
en textiles.
BIBLIOGRAFÍA
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Suárez, Clara Elena, “Los arrieros novohispanos”, en “Trabajo y sociedad en la historia de México. Siglos XVI-XVIII”. México 1992. Pp. 81-85.
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Francisco Xavier de Faria nació en la Ciudad de México en 1623; a los 17 años se incorporó a la Compañía de Jesús y fue asistente del padre Pedro de Velasco. Vivió en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo y en 1660 hizo la profesión de cuatro votos. Fue rector del Colegio de Oaxaca, que entregó en 1668, y murió en abril de 1681 en Valladolid, hoy Morelia.
-
Hausberger, Bernd. “Miradas a la misión jesuita en la Nueva España”. El Colegio de México, 1960. Pp.58 y 59.
“Desde
lo Alto del Caballo”
José
Eugenio Villalobos Guzmán
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