Biol. Francisco Javier Aguilar Chávez
Mi amor por la naturaleza, los paisajes y la fotografía me llevaron a un viaje de aventura, de autodescubrimiento y de conocimiento sobre las maravillas naturales que poseemos. Esta aventura forma parte de un proyecto de sensibilidad, conocimiento de nuestro patrimonio natural, reflexión acerca de la interacción humano-naturaleza y valoración de lo que poseemos, de aquello que es libre, no es de nadie y al mismo tiempo es de todos.
Uno de los ecosistemas más grandiosos y fascinantes para mí, han sido los manglares, ecosistemas incomprendidos, tachados de apestosos, asquerosos por sus suelos lodosos e insoportables por sus mosquitos. Sin embargo, todo ello es solo una capa que esconde su belleza interior, que solo se muestra a quienes verdaderamente lo quieren conocer.
Hoy muestro parte de la belleza de estos ecosistemas, sin embargo, la Reserva de la Biósfera Los Petenes (RBLP) no solo son manglares, sus maravillas se extienden también por blanquizales y por los poco conocidos Petenes.
La RBLP es un área protegida ubicada en el Gofo de México, en el estado de Campeche, que abarca los Municipios de Campeche, Calkiní, Hecelchakán, y Tenabo. Un área de suma importancia y poco conocida en su interior.
Para esta aventura contactamos dos pescadores responsables que conocen bien la reserva, y que también se dedican a la conservación, principalmente de manglares, tortugas y cocodrilos; hablo de Don Eduardo (Guayo) y Bernabé Pastrana, quienes en el 2011 fueron premiados con el “Reconocimiento a la Conservación de la Naturaleza”.
Contando así con el apoyo de ellos, salimos el 22 de Noviembre del 2014 en la madrugada rumbo a la RBLP. Aún era de madrugada, poco antes de la salida del sol. El clima era un poco frío y estaba nublado, había amenaza de norte y eso me preocupaba un poco.
Después de aproximadamente 1 hora de viaje en lancha, el sol comenzó a asomarse aunque aún nublado, la mañana había llegado.
Después de un rato de andar navegando desembarcamos en un canal para recorrer el primer sitio (Noluk). Bajamos en un área de raíces de mangle rojo, y solo bastó caminar un poco entre las raíces para llegar a una zona reforestada, donde el mangle comenzaba a crecer, a sostener vida y producir servicios ambientales. Los manglares son hábitat de especies de peces, crustáceos y moluscos de importancia ecológica y comercial; son zonas de refugio y alimentación de fauna silvestre.
Siguiendo nuestro camino, empezamos a encontrar cada vez más mangle muerto, hasta ver un panorama muy distinto a lo imaginado, apocalíptico y desalentador; todo estaba rodeado por una atmosfera cargada de muerte. Y más aún, la mañana aún estaba nublada y la naturaleza parecía enojada e indignada por el cambio climático y la pérdida de biodiversidad.
Al fin salimos de ese escenario sombrío y asomamos a un amplio blanquizal y parecía como si todo se aclarara, el azul del cielo y el verde se veían de nuevo; El blanquizal estaba inundado por la época de lluvias en la que estábamos y diversas aves volaban y se alimentaban. Era como si la naturaleza nos diese una segunda oportunidad y nos mostraba ahora la belleza que la reserva albergaba, como diciéndonos que aún hay esperanza, que aquello que veíamos solo era una muestra de toda la grandiosidad de la naturaleza.
Después de un breve descanso seguimos nuestro camino, pues nuestra meta era el petén “Noluk”. Después de una gran caminata a través de blanquizal al fin llegamos al petén como a las 11:00 am, el cambio era notable, todo era más verde, incluso el suelo bajo el agua tenía un verde como nunca había visto, casi un color fosforescente, aunque a veces se teñía de un amarillo-anaranjado intenso. Había más diversidad de plantas que fuera del peten, además era más abundante y alta. Era obvio que el agua dulce del que se alimentaba, ofrecía otras oportunidades para la vida. Allí encontramos epífitas, helechos, enredaderas, distintos tipos de mangle, entre muchas otras plantas. Era un verdadero oasis.
Por espacio de dos horas disfrutamos y admiramos por dentro la belleza del petén, después emprendimos el regreso ya que aún nos quedaba un largo camino por recorrer.
Al atardecer, llegamos a un arenal llamado “El Cuyo”, donde decidimos acampar y pasar la noche.
Caída la noche, mientras Bernabé hábilmente prendía una fogata yo me quedé extasiado mirando el cielo estrellado. Ya avanzada la noche, el agua calmó, hasta el punto en que las estrellas se reflejaban en él, definitivamente era una noche mágica. Sin embargo, el cansancio de la larga caminata me venció y pensando que al siguiente día nos tocaba una caminata igual o más pesada no tarde también en quedar dormido.
Al amanecer, partimos de nuevo con la intención de entrar a otro petén conocido como “El Cuyo”. Cerca del sitio donde acampamos está la entrada del canal que nos lleva a este lugar al que llegamos con los primeros rayos del sol que apenas iluminaba fragmentos del paisaje.
Poco caminamos y llegamos a un espacio amplio en el que la luz del amanecer lo bañaba todo y ahí había una gran congregación de aves. Era impresionante ver la cantidad y diversidad reunida y conviviendo en el mismo sitio; ahí, parecía que las aves estaban haciendo fiesta y nosotros, estábamos en un lugar privilegiado para presenciarlo. Entre tantos, se podía diferenciar cormoranes, distintos tipos de garza, ibis, cigüeñas flamingos, y (patos). Y no es para menos, si en la Reserva de la Biosfera Los Petenes se han registrado más de 300 especies de aves residentes y migratorias, por lo que es considerada como un Área de Importancia para la Conservación de Aves (AICAS).
Después de un rato de admirar las aves seguimos nuestro camino hacia el interior del petén; fue un largo camino de unos 4 km, poco fue lo que fotografíe, pues tenía que ahorrar la batería de la cámara y solo fui capturando los pequeños detalles de la naturaleza que llamaban mi atención.
Así fue como entramos a “El Cuyo” caminamos unos 30 minutos entre el mangle que se extendía como una barrera. Allí encontramos a una tortuguita y decidimos llevarla al ojo de agua del petén. Más al centro, llegando al ojo de agua, la vegetación cambió nuevamente, sin embargo este petén era muy distinto al del día anterior; epífitas y los hongos eran frecuentes, pero lo que sobresalía eran las palmas, y por supuesto, abundaban los cocos. Allí en un tronco de una palma acostada (no muerta), dejamos a la tortuga que no tardo nada en tirarse al agua dulce y cristalina del ojo de agua.
En ese mismo tronco descansamos un rato mientras don Guayo se apresta a bajar unos cocos para invitarnos a comer y beber algo distinto, ofrecimiento que no despreciamos pues no cualquier día se puede saborear cocos de petén. Había de donde escoger, pues se miraban por todas partes; ahí fue que observé cocos caídos que flotaban en el ojo de agua y encontré unos que ya empezaban a crecer ahí flotando. Pero lo que más llamó mi atención, fue que los cocos, por si solos, son un microambiente, dan lugar para que otras plantas, como musgos, puedan fijarse y sostener más vida.
Después de alimentarnos con pulpa y agua de coco, de tomar fotos, descansar y relajarnos un rato, emprendimos nuestro camino de regreso, nuestro viaje por la RBLP había terminado.
La travesía por la RBLP fue un poco agotadora, pues tuvimos que caminar con agua hasta las rodillas y a veces en suelos fangosos, sin embargo, todo el recorrido valió la pena y aún más, llegar a paraísos dentro de la reserva como son los petenes, los cuales podrían compararse con oasis en los desiertos, fue un verdadero privilegio y alimento para el alma.
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