Carlos Angeles
Un chico, joven estudiante de provincia mira la notificación de que fue aceptado en la universidad que quería, en la CDMX. Mira su habitación, termina de hacer su maleta y guarda dinero, es evidente que es poco para sus necesidades.
Cuando llega a la ciudad encuentra una habitación muy económica en una casa muy vieja y maltratada con pocas habitaciones, con la cocina y el baño compartidos. Tras alojarse, descubre que tiene como compañeros a una chica ligeramente mayor que él y a un hombre mayor, que nunca logra ver del todo, a veces ve su silueta al subir la escalera, a veces solo la sombra al pasar frente a su puerta.
Con el paso de los días comienza a notar detalles extraños en la casa, marcas de maltrato poco común; como la mancha de un zapato que dio un golpe a media escalera, o cacerolas demasiado grandes para lo que necesitan los habitantes de la casa. Otros detalles, como elementos decorativos propios de culturas africanas o sudamericanas, o algunos rayones que parecen símbolos extraños comienzan a inquietarlo.
Un día un conocido que suele encontrarse al salir de casa, le pregunta por su compañera y cae en cuenta que no la ha visto en algunos días. Tras percatarse que durante una semana no la ha visto, comienza a investigar en la casa, hasta descubrir en la basura del señor una mochila que ya le había visto cargar la chica.
Con cierto temor, pero con mucha curiosidad comienza a vigilarlo más de cerca, lo observa a través de la puerta entreabierta cuando pasa a su habitación, lo observa por la ventana cuando sale.
Hasta que una noche, de insomnio, lo despiertan golpes en el suelo, golpes aislados, que suenan bofos. Se levanta de su cama y sale sigilosamente, al acercarse a la puerta del vecino puede escuchar extraños gruñidos, como si un animal grande comiera con feroz apetito, lleno de miedo abre la puerta y lo que ve lo hace soltar un grito lleno de horror y sale corriendo de la casa.
En la habitación, el vecino, en cuclillas, mira perplejo su puerta abierta, está semi desnudo con collares y brazaletes de tribus ya desaparecidas, su rostro animalesco está manchado de sangre, sostiene entre las manos un brazo femenino a medio comer. En el suelo, alrededor está el resto del cuerpo desmembrado.
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