Ilustración de Grecia Quintero ALCÁNTARA |
La preocupación del ser humano por controlar todo lo que está a su alcance, ha causado obsesiones que generan un desequilibrio emocional. Un ejemplo de esto es el tiempo, una medida que para muchos significa: límite, control o fin, capaz de producir perturbaciones que llenan a la mente de miedo.
El recuerdo de un pasado tormentoso alimenta el temor a repetir el error, mientras que la felicidad absoluta, ocasiona ansiedad para volver a vivir; finalmente los pensamientos recabados tras una historia se esfuman, se consumen al morir. Y es que al abandonar tu cuerpo físico, la esencia de tú ser se trasmuta en espíritu, pero tu cuerpo se consume a cenizas y tu historia… ¿Dónde queda?; ¿quién la cuenta?
El razonamiento humano; si es que se puede nombrar de tal manera, es tan complicado como emocional, la necesidad de construir una historia durante una vida, que puede durar 5, 20 o con suerte 60 años, termina siendo absurda si, tras tu muerte nadie te recuerda, pero peor aún es; cuando todos olvidan tu vida y se enfocan en tu muerte.
Sí no me creen, recuerden como de niños a la mayoría nos inculcan – ¡Tienes que estudiar y ser alguien en la vida! –, te instruyen para tener valor en la vida, pero se olvidan de la muerte y es que pocas veces te enseñan como debes actuar al morir, de qué manera es la adecuada para afrontar que en vida te olvidaron, pero muerto cobras un valor invaluable.
Se los digo yo, quien ahora vive su muerte con el reconocimiento que siempre buscó en vida, pero que jamás gozó y no sé cómo explicar el sentimiento que causa el amor a un cuerpo frio en una tumba, donde todos te prestan atención, veo el reflejo de un hombre de 25 años que si pudiera hablar les daría las gracias.
Hoy 12 de octubre. Mi muerte ha sido causa de la reunión de todos los seres que en ningún cumpleaños estuvieron presentes; los obsequios que siempre espere, ahora llegan en forma de grandes arreglos florales con nota de pésame, que expresan su tristeza por la perdida y otorgan el apoyo para afrontar el dolor.
Absurdo que esos detalles, palabras de aliento y sostén no existieron el día de mi graduación, pese a la mención honorifica dedicada a mis padres, una vez más estuvieron ausentes. Los abrazos, las lágrimas, el grito desesperado porque no me fuera; los esperaba el día que decidí marcharme a vivir sólo, ahora mi madre postrada en la tumba se desgarra.
Aceptar el error de un gran viejo, que tras años le ha costado obtener lo que tiene, creí sería el fin del mundo y exageré, sólo es el fin de mi vida. Por fin escucho a mi padre decir ¡Te quiero!, lo siento, me equivoque, perdí el tiempo preocupado en mis problemas, olvide que tenía un hijo, lo hice a un lado; pero estoy a tiempo de reparar mi error y ahora me tienes aquí para ti.
Desgraciadamente ya no lo hace mirándome a los ojos, tomándome del hombro; ahora solo mira la foto que acompaña el sepulcro con mi cuerpo helado. Ya sin poder tomarle del brazo y decirle: – Padre mío, te perdono por tus errores y te pido perdón por mi ingratitud al no comprender que todo lo hacías por mi bien, porque a tu manera me querías y me apoyabas-.
Pese a que mi cuerpo ya esta frio, inmóvil e insensible; siento ahogarme en un llanto que no podría soportar si aun viviera. Es ridículo pensar que aún siento cuando he muerto, pero es más absurdo intentar hablar con ese hombre que cuando le pedí consejo sólo supo responder –No tengo tiempo, tengo que ir a trabajar, si quieres esta vida de comodidades no me interrumpas–.
Ese varón que siempre fue mi ejemplo a seguir se cansó de mi admiración, lo asfixie con mi cariño o lo harté, al punto de pedirme que buscara a alguien más para idolatrar. Yo no era suficiente para él, existían mejores personas que cumplían sus expectativas, quizá si hubiera sido mujer las cosas serian perfectas pues tendría a la princesa de sus ojos que perdió dos años antes que yo naciera.
Era mi padre un gran ser humano, con una inteligencia exorbitante, un carácter dócil y lleno de cariño; así lo describía mi madre cuando retomaba el recuerdo de Sandra, mi hermana mayor. Una pequeñita dulce, de ojos grandes, cabello castaño y rizado, con sonrisa encantadora como la hija predilecta, desgraciadamente no la conocí, murió antes de lo previsto.
Desde entonces la vida de mis padres cambio, la familia se alejó, ya no asistían a reuniones y mi padre se hundió en su trabajo; era su refugio y no lo culpo, ha de ser horrible perder a un hijo; pero lo que si puedo decir es que también duele vivir con un padre ausente, que revive el recuerdo de la hija y mata la presencia del que si está vivo.
¡Qué más da!; no soy quien para juzgarlo, ni él ni mi madre tuvieron la culpa de esa rara enfermedad que la consumió en meses llevándola a su muerte. Ni es su culpa que mi obsesión con el tiempo me llevara a mirar finalmente el reloj y pedir fervientemente que mi existencia terminara; ¿Porqué lo pedí?, estaba harto de seguir luchando contra todos mis seres queridos por un poco de reconocimiento.
Me canse de tener miedo a la decepción como me ocurrió con Marisa, una chica que creí seria el amor de mi vida y que finalmente me abandonó; me hizo a un lado como el resto de la gente. Luché por una historia juntos, aun recuerdo el día que para asombrarla decidí entrar a su salón de clases y escribir en el pizarrón - ¿Quieres ser mi novia? -, para mi sorpresa aceptó, pero no duró mucho tiempo.
Aun recuerdo perfectamente como fue nuestra relación, éramos amigos desde el jardín de niños, solía ir a casa a jugar los fines de semana y conforme el grado de escuela iba avanzando nuestra amistad se hacía más fuerte, al llegar al segundo año de la universidad decidí declararle mi amor y dos días más tarde pedirle fuera mi novia. Con todo tipo de detalles nuestra relación duro 3 años más hasta que conoció a Santiago.
Un tipo sin chiste, poco inteligente, pero eso sí, de familia bien acomodada que comenzó a pretenderla con lujos que yo, sinceramente no podría darle y sobre todo la experiencia de la que carecía. Eso bastó para que un día sin avisar me corriera de su casa y su vida, jurándome que jamás me había amado porque confundió nuestros años de amistad con un amor pasional.
Al año me entere que estaba embarazada y que el tal Santiago se había largado dejándola sola, estuve a punto de ir a buscarla para apoyarla, era capaz de hacerme cargo del niño con tal de tenerla a mi lado, pero fue inútil, ella también miró con desesperación el reloj intentando regresar el tiempo para reparar los errores y prefirió dar fin a su historia.
Sobreponerme a su pérdida causó el desplome de mis notas en la escuela, sin embargo me recuperé, seguí mi vida intentado amar a alguien que me correspondiera, ni amigos, ni conocidos, muchos menos relaciones pasajeras me ayudaron a olvidarla. Yo vivía para contar su historia y preservar su recuerdo, pero seguía sólo con la indiferencia de mis padres, de la gente, del mundo.
No sirvió de nada estudiar y ser alguien en la vida porque parecía que nadie se percataba de mi existencia. Así que a la noche siguiente de mi graduación, después de haber hecho el ridículo dedicándole un sermón a mi padre por su apoyo y su ausencia donde todos lo tomaron como broma, pero sólo yo sabía la verdad, decidí mirar el reloj.
Recordé que en alguna clase, hace bastante tiempo nos proyectaron un video sobre la invención de la televisión, dando origen a la trasmisión de fenómenos algo insignificantes a nivel mundial, en Estado Unidos de los primeras vidas publicas proyectadas por este medio fue la vida de la familia Kennedy y tras la muerte del presidente la atención fue completa para él.
Mi solución ya estaba probada, la muerte terminaría con todo lo que durante 25 años luche, la incertidumbre. Eran las 10 de la noche cuando salía de mi departamento para planear mi fin, rogaba pasara algo que me hiciera más sencilla mi decisión, cuando de repente escuche un grito descomunal - ¡CUIDADO! – la vista se me nubló, perdí la conciencia.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que me vi recostado en la camilla del hospital, un doctor sostenía a mi madre de la cintura mientras ella se desvanecía, a un lado; mi padre sin decir nada miraba mi cuerpo fijamente y yo, ya sólo era un cuerpo frío sin movimiento. Al principio pensé que era un sueño, pero al ver trasladar ese pedazo de ser a la funeraria comprendí que era verdad.
Viví la experiencia de verme embalsamar haciéndome parecer un hombre sano, de buen aspecto, bien maquillado y con una expresión en el rostro de tranquilidad, me moría de risa (si eso es posible por mi condición), como es que el ser humano es tan vanidoso que hasta el día de su entierro no puede verse mal, por un lado es prudente ya que quizá sea la última imagen que la familia vea de ti.
Sin importarme mucho el exceso de color en los labios que coloco en mi boca el embalsamador estoy satisfecho de su trabajo, sinceramente me veo bastante bien, mucho mejor de cuando yo era dueño de ese cuerpo, parecería que ese hombre quería hacerme ver como una obra de arte.
En fin, ahora que estoy en el ataúd, en medio de toda mi familia y conocidos como un buen anfitrión puedo confesar que me encuentro muy feliz, que yo recuerde, nunca asistió tanta gente a un cumpleaños mío. Es más; es la primera reunión que se hace en mi nombre, nunca recibí tantas flores y detalles como hoy.
Debido a las costumbres que tenemos por la religión que practicamos, se que habrá meriendas durante los próximos 9 días, donde se me homenajea con rezos y alabanzas orando por mi alma, durante un año cada mes recibiré mención en misa y la familia se volverá a reunir; de allí en adelante tengo garantizadas visitas en el panteón el día de mi cumpleaños o en alguna fecha festiva.
¡Qué más puedo pedir! si cuando estuve ni una llamada recibía, ahora muerto tengo el cariño: el recuerdo, la atención de todos a los quiero, ya puedo ser feliz y de verdad comenzar a vivir. Porque si me dieran a elegir una vez más entre vivir en el olvido o morir para el recuerdo, sinceramente yo volvería a mirar el reloj mil y una vez más; para entregar mi cuerpo a la muerte y hacer de mi espíritu algo eterno.
Miztli
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