Carlos Angeles
@caedanto
Solía celebrar el día de muertos, ir al bosque a hacer un balance de lo logrado en el camino, caminar por Coyoacan, disfrutar el estar vivo, recordar a los que se fueron, compartir con los amigos... hace siglos de eso, cuando era otro, mas joven, idealista, con más fe; pero los años no pasan en vano y la vida nos da una que otra patada que nos hace perder un poco de nosotros mismos.
Desde mi incredulidad medito, ¿que caso tiene? Al partir no habrá nada, cielo, infierno, limbo, penar por el mundo, nada de eso es real, acaso solo la ilusión con la que cubrimos el miedo a dejar de existir para siempre. Nada de venir a disfrutar del banquete que los vivos ponen en ofrenda cariñosa, lo que somos queda solo en carne, simplemente nos apagamos. ¿Para que festejar a los muertos? ¿que sentido tiene?
¡Claro que tiene sentido! La muerte es lo único que tenemos seguro en esta vida y si fuéramos conscientes de ello probablemente la valoraríamos muchísimo más. Pero sobre todo, el día de muertos nos permite recordar a aquellos que murieron, los amados, los que nos formaron, los que sin estar más con nosotros, guían nuestros pasos día con día.
El día de muertos se celebra con alegría, en recuerdo y homenaje a una vida que nos ha tocado; con agradecimiento y humildad, recordando, amando, sintiendo.
Hoy lamento no estar en un lugar donde pueda poner mi ofrenda, orgulloso de esta tradición tan mexicana, procurando seguir las enseñanzas de mi abuela materna: comida, pan, agua, café, tequila, dulces, los cigarritos, la veladora, el copal.... Añoro esos días en que el dos de noviembre me detenía a reflexionar y valorar el amor a la familia, a mi tierra, porque a pesar de todo, amo mi país, amo a mi gente; y aun hoy recuerdo con cariño a aquellos que tocaron mi vida:
Mi bisabuelo, panadero querido que por las mañanas nos deleitaba con "conchas" y "tortugas".
Mi bisabuela, tan dura, tan querible, tan "yo no la conocí así, a mi siempre me trató bien".
El tío Santiago que de bailongo y alegría nos llenaba las fiestas.
Mi abuela paterna, tan tierna, tan bella en su vejez.
Doña marina, que me regalaba mañanas de café, cigarro y largas pláticas.
Lalo, el de teatro, que me enseño que la rebeldía no tiene por que ocultarse.
Son los que ahora me vienen a la mente, no son todos claro, pero de ellos tengo imágenes, olores, sabores, el gusto por lo mexicano, el enamoramiento por las artesanías, el amor por la comida picante, el pan de dulce, el dulce de calabaza, el café... el México que todavía alcance a conocer y que ya no es, y por mucho, lo más importante: educación y principios, soy en mucho gracias a ellos, y desde este pequeño rincón les rindo homenaje y les doy gracias, por que sin estar aquí siguen conmigo.
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